miércoles, 7 de marzo de 2012

Amanece

Una simple frase, una cualquiera, en el lugar menos esperado, que te haga nacer una historia. 



"¿Qué haré cuando te busque en la clase, y mi eco me responda al llamarte?"
"Y ahora cambiemos el mundo, amigo, que tú ya has cambiado el mío"


"VÉRTIGO, QUE EL MUNDO PARE... QUÉ CORTO SE ME HACE EL VIAJE."


Son las siete de la mañana, y un nuevo día bosteza.
Le doy una calada al cigarro recién encendido, y echo el humo, despacio, contra el cristal de la ventana que tengo delante de mí, que no duda en vengarse y devolvérmelo. Ni siquiera ha amanecido del todo, debería mirarme eso de fumar tanto.
Si ella estuviese aquí, si el condenado tiempo no hubiera seguido avanzando, cuando nadie se lo pidió, y se hubiera quedado eternamente en aquellos años, me lo diría, seguramente, con su voz calmada, siempre tan cuerda, siempre tan evidenciando que tenía el control de la situación, y que, en los raros casos en que no era así, no había nada de qué preocuparse, porque lo acabaría teniendo… y si no ahí estaba yo, ahí estaban ellos, para hacer de las dificultades algo más llevadero, siempre que fuera juntos.
Nunca es tarde para volver.
Hoy he vuelto a soñar, soñar con aquellos tiempos, volver allí, evadirme de la mierda de realidad y regresar a esos años de facultad, esa sensación de creer que nos comíamos el mundo, y no esta de ahora, continua e incesante, de sentir que vivo asustado debajo de la cama para que no sea él quien me coma a mí.
A veces sueño con ellos, con ella, y yo sé que es un sueño. Sé que no es real, pero eso me hace aún disfrutar más, volverlos a abrazar con más corazón, volver a besarla con más pasión… incluso les hago prometer a todos, como tantas veces hicimos, que cuando acaben esos años nada puede cambiar, que somos mucho más de lo que pensamos, y que nuestro vínculo, forjado a base de ideas políticas y hostias de varios tipos, a base de resistir y de soñar, es demasiado poderoso como para dejar que se debilite algún día.
Ellos me miran entonces, y me dicen, como en aquellos días, que por supuesto, con suma naturalidad; que no hay por qué preocuparse, que siempre será así… y en ese momento es cuando yo me tengo que callar, porque entonces desvelaría el secreto, me admitiría a mí mismo que es un simple sueño, y no puedo decirles que sé por qué lo digo, que evitemos que pase lo que pasó… que tenemos que impedir que el puto olvido se lleve todo lo que fuimos.
A veces sueño con ellos, con ella, y vuelvo a tener sus ojos claros buscando los míos, vuelve a hablarme de sueños, de planes, y me los cuenta con la misma ilusión que me los contaba en aquellos días… y entonces yo sonrío, y le digo, como por aquel entonces, que no tengo ninguna duda de que todo eso se cumplirá. Ya casi no me cuesta esconder la pena, la tentación de decirle que no se harán realidad ni uno solo de esos planes, que nunca llegará a ejercer de aquello que soñaba, y que, en su mediocre futuro, ni siquiera estaré junto a ella.
Amanece, y a lo mejor hoy es un día diferente. A lo mejor ocurre algo, algo que cambie el mundo, que la humanidad necesite, y la efeméride de hoy sea recordada por los siglos de los siglos, amén. Quizás en algún rincón de la ciudad un grupo de universitarios se estén vistiendo, medio dormidos, con restos de café en tazas esparcidas y sin haber dormido un solo minuto de la noche a causa de ese examen final en el aula magna, soñando a pesar de todo con que a partir de hoy todo cambiará, porque ellos no son como los demás, porque ellos lo van a conseguir.
Quizás uno de ellos esté llamando al timbre de la puerta de enfrente, y los ojos claros que le abran la puerta le hagan pensar, una vez más y sin proponérselo, que qué duro se le va a hacer cuando a partir de mañana ya no tenga ese timbre, ese despertar, esos ojos.
Tal vez no ocurra nada de eso, y sea un simple día normal, como cualquier otro. Las mismas prisas, los mismos rostros, los mismos ruidos. Días de vencedores, ridículo grupo reducido, y vencidos, los que mas, aplastante mayoría.
Días como ayer y como mañana, días de fingir que no recuerdas para no arder por dentro, de simular que has olvidado, que no te acuerdas de aquello, que al fin y al cabo no fue más que una bravata inconsciente de jóvenes demasiados echados para adelante, convertidos en lo que somos ahora, becerros de la sociedad, habiendo acabado por tirar por el camino que siempre juramos ni pisar, escupirle a nuestros sueños, a nuestras esperanzas, para tener algo aunque sea medio decente en la cartilla, a cambio de vender nuestras almas.
A veces pienso qué pensarían de nosotros aquellos jóvenes, y lo único que me imagino es una mirada, una sola mirada que nos echarían que duele más que cualquier insulto, cualquier desprecio. La mirada de saber que, a pesar de lo que creían en ese momento, ellos también fueron uno más. Ellos tampoco cumplieron sus sueños, sus esperanzas, planeadas y trazadas en servilletas del bar de la facultad.
No sé, no sé qué pasará. No sé si será un día especial, o será la misma mierda que todos los días.
Sólo sé que amanece, y que, al fin y al cabo, cada vez que esto ocurre, una pequeña llama dentro de mí, los restos que quedan de lo que fue un fuego vivo, tiene la esperanza de que algunos cumplan sus sueños por nosotros, de que hagan eso que prometimos hacer, y que, sin darnos cuenta, crecimos y nos dijimos que no valía tanto la pena.
Este es el precio que pagamos por ello, y yo espero nunca dejar de hacerlo. Para que no se me olvide, para recordarme un día tras otro lo distintos que pretendimos ser, y lo penosamente corrientes que acabamos siendo.
Nunca es tarde para volver. Ni siquiera para empezar.





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