miércoles, 3 de abril de 2013

Ahora

Ahora, cuando aún no hay casi nadie en la calle en esta mañana de domingo, cuando todavía sobrevuelan las risas y los excesos de la noche anterior, cuando ni siquiera se han apagado todas las farolas de la ciudad, mezclando su luz anaranjada con la triste y escasa luz diurna, dejando en las calles esa estampa tan gélida.
Ahora, que algunos buscan a tientas el despertador, para desactivarlo de una vez antes de que ese condenado ruido les explote la cabeza, o para estallarlo contra la pared, según les dé el día, o les haya ido la noche.
Ahora, cuando aún hay gente que vuelve a casa, rimmel corrido y ojos cansados, donde hace unas horas había una mirada profunda, camisas sacadas por fuera y bajos de los pantalones manchados donde al comienzo de la noche había una apariencia ideal.
Ahora es cuando tú no haces ninguna de esas cosas, porque tus ojos se mantienen abiertos desde hace ya rato, mirando desde tu cama deshecha ese mismo paisaje desolador por la ventana de tu habitación.
No sé ni qué coño hago levantado a esta hora, con lo que me gusta a mí dormir. No sé por qué tengo un cigarro en la mano, ni por qué no me sorprende. Es lo que me faltaba, echarme a estas alturas a fumar. Supongo que a todo el mundo le pasa, que llega un día en que ya ningún cambio a peor te asusta de veras. Tal vez eso sea lo verdaderamente aterrador. Que miras, lo adviertes por un instante, y al segundo lo aceptas, te resignas. Qué fue de aquellos tiempos en los que soñábamos con cambiar el mundo hasta ponerlo a nuestro gusto, cuando no nos rendíamos a las primeras de cambio, cuando creíamos.
Le doy un par de toquecitos al cigarro contra el filo de la ventana, haciendo que la ceniza caiga, deshaciéndose al instante. 
Ambos contemplamos la misma calle solitaria y triste, lo sé. 
No somos los únicos, tranquila.
A esta hora nadie tiene ganas ni fuerzas para disimular, a nadie le apetece maquillarse las penas, nadie tiene puesta su fabulosa sonrisa de sábado noche. Estos son los momentos en que, dentro de unas horas, cuando todo vuelve a arrancar, mentimos entre risas diciendo que estábamos aún en el sexto sueño, que nos levantamos a beber debido a la resaca y volvimos como zombies a la cama. Tal vez lo de zombies sí que sea verdad. Pero no, no es por la resaca, a pesar de que esta exista y nos haga volar la cabeza. Nadie dirá que se ahoga, que llora, nadie hablará de esa sensación de vacío.
Ahora, cuando aún pasan por tu mente recuerdos de anoche que quieres borrar, como cada domingo a estas alturas. Quizás haya uno distinto a lo de siempre, diferente a lo normal, un par de palabras, una conversación sin importancia que hizo que algo importante te ocurriera. Una simple esperanza por el camino, la alarmante y angustiosa sensación de que hay una vida más allá de lo que tú quieres ver, que, cuando tengas valor para quitarte los tapaojos que llevas usando desde hace años, veas que periféricamente la vida es distinta. Seguramente ni siquiera más bonita, pero sí diferente. Que hay más ojos de los únicos que tú decidiste mirar. Que, si se corre lo suficiente, uno puede hasta alejarse de aquello que cree que le protege, y no hace más que ahogarle. Ahora, a ver quién tiene cojones de empezar la carrera.
Ahora, que todas estas cosas pasan por tu mente, y, en vez de producirte ilusión, un anhelo de esperanza, siquiera, lo único que te ocurre es que algo te presiona el pecho, aguantándote -a esto sí que estás acostumbrada- unas aterradoras ganas de llorar. Porque todo se ha salido del guión, porque, cual Show de Truman, has visto que, cuando tienes valor para lanzarte al mar, y no rendirte a seguir avanzando por mucho que alguien intente asustarte con fieras tormentas, detrás de todo eso hay una puerta, una puerta que entre todos, tú incluida, se han encargado de hacerte pensar que no existía, y ayer, que te encontraste frente a ella, todo se vino abajo.
Tranquila, yo no voy a estas alturas de salvador por la vida, si ni siquiera le doy un aprobado justo a la mía. Si de pronto un día te vuelvo a ver no hablaré de esa puerta, es más, fingiré qué bueno es encontrarme contigo en mitad de la noche, de nuestra espectacular noche de nuestras espectaculares vidas. Qué feliz se te ve, qué guapa estás, todas esas cosas que ya hacemos automáticamente, ya sabes.
Pero ahora, en este preciso instante, en el que el mundo empieza a desperezarse, yo fumo, sin saber por qué, y tú lloras, sin querer saber por qué, es cuando pienso que, a pesar de que pueda parecer lo contrario, es de los pocos momentos en los que estamos vivos, porque nos duele, porque sabemos que nuestra vida no es ni por asomo eso que queremos hacer creer.
Luego ya sí, luego nos maquillamos, sonreímos al espejo, y ya somos felices.
El Show de Truman.

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