viernes, 30 de septiembre de 2011

Con Permiso

Esto no se trata de un relato, por una vez no será así.
Hace años tenía otro blog, marcado ya por esa obsesión mía por escribir, por llegar a saber hacerlo, mezclada con la adolescencia y lo que ello conlleva. Abandoné el antiguo blog hace años, aunque jamás dejé de escribir (mis más fieles seguidores bien lo saben y soportan...) Así que me he tomado unas horas para recopilar sólo algunos de los comentarios que recibí en el antiguo blog. Aunque los reconocimientos más bonitos que puede haber son los silencios, las emociones, las miradas, palabras como estas siempre me han dado fuerza. Creedme, no es autobombo, ni por presumir... son aliento para que aguante, agradecimientos en los que, irónicamente, soy yo el que se siente profundamente agradecido... una de las razones por las que siempre acabo volviendo al teclado.


"Tú me das la fuerza para seguir haciendo del barro mi camino" Alejandro Sanz.

"Mientras que una sola persona me siga leyendo, jamás dejaré de escribir."



Algunas, de esos eternos mosqueteros, hermanos...:

"Niño, eres un crack mákina... aquí tu amigo de la infancia y el último en enterarse, no es quee no haya querido, es que a veces ha habido mucho silencio entre nosotros... por eso no te miento y te digo: adelante quee lo vales un rato." Jorge.


"Tú vales para esto (eso tenlo siempre presente), espero que tengas suerte y llegues lejos. Y si no llegases es porque no has tenido la suerte, no porque no sirvas." Paradas.

"Si es que no se pueden sentir más las cosas... lo mejor es que sólo tú dices lo kquemuchos piensan... tienes que tener algunos defectos por otros lados, porque si no eres el tio que tienen todas en un póster en el cuarto, solo tu sabes decir mejor las cosas por escrito..." Jorge.

"Es así, menos mal que por lo menos de unos de esos mosqueteros es capaz de escribirlo y es capaz de ponerlo para que todos lo veamos..." Higuero.



Otras, de gente que me conoció por otros caminos...:


"Me inspiras seguir escribiendo... necesito desahogarme... mañana quizá sea el momento." Tamara

"Simplemente precioso! lo cuentas tal y cómo es! me ha encantado =)"  Laurita.

"Esto es...simplemente...Precioso..." Rosa Negra.

"Una vez más me sorprendiste. Gracias por escribir, pero sobre todo, gracias por haberme hecho sentir que no estoy sola ...=)"  Maka."Como siempre que entro en tu Blog, una vez más, de nuevo terminé derramando una lágrima...no sé como lo haces...pero un trozo de tu relato...es como mío...me siento identificada con cada uno de ellos...
No cambies nunca vale? Jamás me dejes sin este pequeño rincón donde me escondo cuando no quiero q los demás me vean..."   Rosa Negra.

"Nene.. no sé cómo, pero siempre me sorprendes.. y consigues hacer que me emocione!! perro!! jaja sube más cosas.. que esto engancha"  Elena.

"Espero que sigas así, yo seguiré leyéndote. TQ.· Lorena.

"Parece que estás dentro de mi y quieres describir como me siento..."

"No tengo palabras para describir esa sensación que recorre mi cuerpo cada vez que leo algo tuyo de verdad, no sé describirlo. Yo te pido por favor, una de tantas...que por favor NUNCA NUNCA dejes de escribir..." Maka.

"Decirte que no dejes de sacarme sonrisas con numerosos párrafos y cientos de palabras =)"

"Me encantó. Es como contar mi vida, me ha hecho recordar muchas etapas de mi vida, en las que me ha pasado igual. Espero que no sea el último ni el primero q lea, porque me encantó. LLegarás muy lejos y espero que te acuerdes de mi cuando se cumpla…"  Rosa.

"Gracias por expresarte como te expresas, por sentir cada historia como si fuese propia, por no dejarme nunca sin este rincón... =)"  Maka.

"Simplemente me encanta esa forma de relatar tan detallada ..esos besos y ese amor . Yo aquí veo un gran talento, ojalá tengas mucha suerte ..voy a leer unos cuantos más porque cuanto más lees, más quieres seguir" Elisabet.

"Creo que ni a Shakespeare le he leido una historia de amor tan bonita..."

"Ha sido muy interesante leerlo, personalmente es un tema que me llega bastante, como ya te he dicho, siento que he vivido ese tipo de momentos, y me siento muy identificada, más de lo que esperaba para ser sincera. Lo cual me sorprende"  Eli.


Y otros, totalmente anónimos/as:


"Muy bueno el relato, tienes un gran talento, sigue así y conseguirás cualquier cosa que te propongas."

"Hola, no sé quién eres y me gustaría que me contestases. Soy una chica que se siente muy identificada con lo que escribes, este artículo lo he leído por internet y créeme que jamás hubiese resumido mis sentimientos como lo haces tú, con esas palabras... enhorabuena!" 

"Mira no sé quien eres ni cuando empezaste con esto, tan solo te doy las gracias ya que eres capaz de describir los sentimientos y las situaciones tal y como me han sucedido, me siento muy identificada, muchas gracias"

"Sencillamente excelente"

"Me encantan.. sin nada mas que decir."

"Hace bastante tiempo que te sigo tus relatos, aunque hace ya un tiempecito que no has vuelto a escribir ...pero solo decirte que sigue asi, sé que te lo habrá dicho ya mucha gente y mi opinión no servirá de mucho pero ..sigue asi y por favor cuando tengas un hueco sube algún relato porque no me canso de leer..muchas gracias."

"Es muy bonita esta historia que has contado, solo desearte suerte y que eres un pedazo de escritor que llegarás muy lejos."


Gracias. A cada persona, la conociera o no, me conociera o no, cada palabra, cada letra. A las del antiguo blog, y por supuesto a las de este nuevo. Gracias por cada segundo invertido en leer algo mío.
J F Torres.
 

jueves, 29 de septiembre de 2011

En la Zona Cero

Suelo escribir metáforas sobre heridas que se abren, sangre que resbala por ellas y cicatrices que no cierran. Este relato no es un ejemplo de esas metáforas... este relato es una herida abierta, con sangre resbalando, y sin que jamás pueda existir cicatriz.



"Para qué explicarte que te quiero tanto, y que no puedo verte llorar...
Sabes que hoy me quedo, y mañana lo hago de nuevo. Yo no me voy a marchar... nadie se va a marchar".

"No tiene sentido pensar que me voy a ir de tu lado, porque no hay un "tu" lado. Sólo hay uno, y estamos los dos en él".
Es complicado estar en la zona cero.
Sentirse cansado, con tanto hastío, sin esperanza.
Lo peor de todas formas es el cansancio, es lo que arrastra todos los demás factores. En cuanto a lo de no tener esperanza… no sé, pasa el tiempo, pasan las cosas, y no es que de repente un día te levantes y no tengas. Se va, poco a poco, golpe tras golpe, herida tras herida… y, cuando no tienes esperanza, no tienes nada, ni ganas de tener nada. Se va poco a poco, como decía, y cuando echas cuenta ya no queda nada de esa luz que brillaba dentro de uno mismo no hace tantos años, mientras miraba por la ventana del dormitorio el barrio desierto, con el pijama de Tom y Jerry recién lavado (olor a casa) y pensaba que ya era muy tarde para seguir despierto, a pesar de que no pasara de las diez y media.
Ayer soñé que me encontraba con aquel niño.
Tardé en reconocerle.
Me sonaba su cara de no haber roto un plato, su raya al lado, siempre repeinado, y, de primeras, no me cayó muy bien… aunque pensé cómo le caería a ese tipejo superdotado (al final la superdotación se quedó solo para motivos de ocio) ese tipo con barba de tres días que veía a su lado, con un par de tatuajes visibles, (más los que no se verían, pensaría acertadamente) con esa seguridad en su andar, tan lejana a él.
Me miró, y supe que sí, que sin decir una palabra, pensó que, de mayor, le gustaría ser como yo.
Ahí fue cuando lo reconocí… cuando me reconocí.
Ahí fue cuando me miré a los ojos a mí mismo, y le dije que disfrutara cada segundo de lo que él creía una aburrida vida, que hiciera caso a sus padres, que siguiera aprobando, que no fuera tan cortado con esa chica un curso mayor que tanto le gustaba… y que nunca dejara de escribir, aunque él creyese que no lo hacía demasiado bien.
Pero sobre todo, le dije que no quisiera ser como yo.
Como digo, yo tardé en reconocerlo.
…Él jamás lo hizo conmigo.
No lo puedo culpar. Jamás pensaría, por aquel entonces, que pudiera convertirme en alguien así.
En la zona cero, con menos esperanza, menos ganas, menos ilusión. Con calderilla en el bolsillo y un teclado que me sirve de psicólogo, con mis musas llorando por mí sentadas en el escritorio, sabiendo cómo está mi alma.
Dejé de creer. Tal vez en todo.
Supongo que, cuando juegas la última carta, cuando apuestas la casa y el coche a un número y fallas, ya no te queda nada por jugar.
Y esa jodida sensación de pensar que volvería a hacerlo.
Que volvería a estrellarme en sus labios, que volvería a conocerla por primera vez, que volvería a tener todo lo que tuvimos, porque fue real.
Es real.
Y lo real es como una droga. Hay tan poquísimas cosas reales en la vida, que cuando te encuentras con algo así lo esnifas hasta la sobredosis… yo sé que es real, y unos ojos oscuros ahora mismo, donde quiera que estén, saben que lo es.
Que nunca dejó de serlo, ni siquiera ahora.
Me miro las cicatrices, miro el alfiler, y, aunque suene sorprendente, por una vez no haré mi jodida costumbre de volver a abrirme las heridas, así que lanzo la aguja bien lejos. Las heridas que se queden cerradas.
Entonces vienen los recuerdos, su voz, su susurro, sus lágrimas… su risa, sus gritos, sus bromas, sus gemidos.
Y cierro los ojos, de dolor y de frustración, mientras tensiono los antebrazos, notando el cálido hilo rojo recorrerlos mano abajo hasta llegar a la bifuración de los dedos… no seré yo quien niegue que muchas veces me las abro yo, pero no tiene comparación con la de veces que se abren solas.
En la zona cero, siendo apenas un niño, o todo un viejo, de veintitrés años, pero si algún día me ves sin camiseta, tal vez las heridas de la espalda te hagan equivocarte sobre mi edad.
Pestañeo, lentamente, mientras miro al frente.
Ni siquiera quedan lágrimas.
Es un vacío, un vacío aterrador, un cuerpo deshabitado, donde si tocas cualquier tejido suena eco, y los órganos chirrían al llegar la noche, produciendo sonidos terroríficos, como las películas que veía el niño que en el sueño de ayer no me reconoció.
Es demasiado vacío, y mi silencio traga y traga dolor, hastiado.
No hay ganas de salir de aquí. No tengo por qué, incluso. A todos lo que quiero en esta vida saben que los quiero y que les agradezco profundamente su ayuda en cada momento, pero que me gusta estar solo. Debo estarlo, de hecho.
A veces pienso que ella volverá algún día. Otras, que estoy loco por pensar eso… y al final siempre acabo sonriendo, pensando que las dos son ciertas, y que una no quita la otra.
Habrá que guardar una caja para ella, una caja bastante grande, resistente, y meter cada una de sus pertenencias… nunca me gustó tirar nada. Cerrarla bien, no abrirla en ningún caso (los recuerdos tienen costumbre de saltar al cuello tal cómo les das libertad) al menos en mucho tiempo, y cuando vea por el suelo de la mente (no olvidaré también mirar por el corazón, incluso por los caminos bajos) que aún queda algo de ella, depositarlo lo más rápidamente posible en esa caja, con una “A” bien grande escrita en el centro, a rotulador negro. Meteré todo menos el cojín, ese que ella se empeñó en incluir en mi cama a la hora de dormir, cosa que yo nunca hacía (lo dejaba en auna silla o en el suelo), y que desde ese momento ahí se quedó, estuviese ella o no… así, cuando estaba éramos tres, ella abrazándolo y cogiéndome la mano, y en las noches que no, al menos no en persona (le gustaba asegurarse por teléfono) ese cojín era como mi aliado, mi compañero en la espera,con la sensación de que ella estaba más cerca sólo por tenerlo ahí, con su olor. Ahora apenas es un trozo de tela que sigue ocupando mi cama al dormir, los dos intentando apaciguar el dolor de su ausencia. Pero sigue en mi cama. Él también la espera.
Deberé llevar la caja a un rincón, como decía, sabiendo que ocupa absolutamente todo el cuarto, y supongo que pensaré que nunca creí que iba a estar haciendo eso, que esta vez no haría falta… para segundos después volverme esa fe, esa creencia, de que algún día volveré a desempaquetar esa caja, y no, no lo haré solo… estará ella conmigo, mirando asombrada, y con la carita ilusionada, todas las cosas que guardé de ella, muchas de las cuales ella también guardó, y tantas otras que ni siquiera recordaba.
Y desenvolveremos todo de nuevo, lo pondremos en su sitio, de donde nunca se debió mover, y quizás hagamos el amor sobre los papeles desenvueltos.
Ella volverá, dice algo dentro de mí.
No sé si es fe, creencia o locura… sólo sé que me habla sincera y segura, y eso me basta.
Zona cero, de nuevo.
En silencio, siempre en silencio, Suerte que tengo un corazón que habla por mí.
Que se equivoca, la caga millones de veces, la vuelve a cagar, la lía, la jode, y de vez en cuando hasta hace algo brillante. Pero en cada una de esas veces me pregunta si puede hacer lo que él ve conveniente, y yo le quito la correa y lo dejo a su aire, aún sabiendo que llegará el día en que me lo traigan hecho trizas, habiéndoselo encontrado en cualquier carretera, agonizando.
Lo miraré, y él me mirará, tal vez asustado por una posible regañina. Le sonreiré, y le daré las gracias más sinceras que jamás hayan salido de mi boca. Por cagarla, por joderla, por lucirse. Pero por hacerlo él, sin pensar en nada más.
Lo noto revolverse, como si supiera que hablo de él, y pienso que debo ir acabando; parece descansar un poco, ha sido una noche durísima, y llevamos muchas semanas así, mucho tiempo.
Creo que entre sueños dice un nombre, aunque finjo no oírlo. Ella le duele… y él también está convencido de que volverá. Conoció al corazón de ella, vio que eran prácticamente idénticos, estuvieron mucho tiempo juntos y, aunque se enfadaban e incluso mordían, siempre se vio que se querían de verdad.
Que era algo especial, especial de verdad. Que eran el uno para el otro.
Ahora el de ella vive en una especie de cárcel, pero, tras las rejas, los dos se miran, y saben que sienten lo mismo.
Que siempre lo harán. Porque son el uno para el otro.
Con el alma en la zona cero.
Debería dormir un rato.

Ángel

En ocasiones, la vida nos presenta a alguien. Da igual su peso o estatura, no importa su fuerza. Sólo debemos dejarnos descansar rodeado por sus alas. Sus alas de ángel.

Does an angel contemplate my fate? - ¿Un ángel contempla mi camino? R. Williams.

"No, sé que no son tus brazos. Sé que no existen esos brazos que mis ojos creen que ven, sé que no existen esas manos pequeñas y finas. Sé que son alas."
She´s my angel.



Te miro, me miras
Sé que aunque quisiera apartarte la mirada no dejarías de hacerlo.
Lo sé, lo intenté, por todos los medios.
Incluso poniéndome borde, enfadándome y alzando la voz.
Incluso haciendo cosas para dejarte claro que no soy un chico demasiado recomendable, que sin duda ahí afuera hay miles de chicos más guapos, más educados y más adecuados para ti que yo.
Pero no, no sirvió para nada.
Te miro, me miras.
Y supongo que en mi retina sólo se puede ver tu cara.
A medio metro el uno del otro. Ninguno sonríe, ninguno dice ni una palabra.
Tan sólo tus ojos clavados en los míos y viceversa, tan sólo mi barba de tres días, la parte de arriba de mi cuerpo desnuda, dejando visibles todos mis tatuajes, esos que llevo grabados a fuego en la piel, y por dentro de ella, tan sólo unos vaqueros rotos, frente a tu tez morena, a tu sujetador negro, a tus vaqueros oscuros.
Me miras, y me desnudas y me hieres.
Me miras, y te odio y te necesito.
Por eso me gusta cuando estoy boca arriba en esa cama que tenemos a escasos metros, y te tengo sentada alrededor de mi cintura, sintiendo el roce de tus vaqueros con los míos, mientras me besas sin permitirme pensar.
Por eso te detesto en esa misma situación.
Y sé que daría igual el tiempo que pasase sin dirigirte la palabra, que daría igual que no te mirara a los ojos en horas, porque tú seguirías ahí, hablándome en silencio, diciéndome que estás aquí.
Te miro, me miras.
Como si me separara de ti todo un mundo, me acerco a ti lentamente, a pesar de que tan sólo estemos a un par de pasos, y mis brazos avanzan como si tuvieran vida propia, lentamente, dirigiéndose a rodear tu pequeña cintura.
Siento el primer contacto de la yema de mis dedos con tu piel, y sigo avanzando, hasta sentirla en los antebrazos, en la parte interior de los bíceps, todo despacio, todo como una coreografía lenta.
Aferro mis brazos alrededor de tu cintura, siento tus pechos, esos que tanto he besado hace unos instantes, apresándose contra el mío, nuestros vientres uniéndose, y apoyo mi barbilla en tu hombro, sintiendo tu respiración, tu calidez, tu olor.
Cierro los ojos con fuerza, más acojonado que nunca.
Más acojonado cuando me admito que será muy duro salir de ésta, acojonado ante ese ser de metro sesenta y pico que no me teme, que no duda, que no desconfía de mí.
Entonces siento tus alas desplegarse, poco a poco, las veo alzarse lentamente, y las siento cerrarse alrededor de mí.
No, sé que no son tus brazos. Sé que no existen esos brazos que mis ojos creen que ven, sé que no existen esas manos pequeñas y finas, sé que no existen esas uñas cuidadas, con un leve filo ovalado, pintadas de rosa.
Sé que no son lo que veo.
Siento cada una de las plumas, su fragilidad y a la vez su inmensa fuerza, siento como se cierran entre ellas rodeándome la espalda y acabando por mis costados, protegiéndome.
Sé que son alas.
Y yo no puedo sino tragarme el llanto, sentir como inevitablemente se me escapan algunas lágrimas ante tanto miedo, e intento aguantar todas las que luchan por salir, porque serían ríos enteros.
Sé que lo sabes, sé que sabes lo que siento, la confusión, el miedo, la incomprensión, y no lo utilizas contra mí… todo lo contrario.
Te abrazo aun con más fuerza, como si de no separarme de ti dependiera mi vida… y bueno, tal vez no esté tan lejos de eso.
No sé por qué estás aquí, pero empiezo a entender que lo estás, simplemente.
Y que sientes las lágrimas rodar hasta tu hombro, y el roce de tus alas emite un leve sonido que me hacen calmarme, aunque sea un instante.
Que desde que supe de ti tuve claro que esos ojos no eran de este mundo, y no, no lo eran.
Eran del mismísimo cielo. Eran de un ángel.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Detrás

Empiezo con un relato que tal vez sea una buena forma de resumir mi forma de escribir para el que aún no la sepa. Tuvo bastante aceptación, y yo no me olvido de él.
El tiempo pasa, y pensamos que ya hará su trabajo. Pero no, no lo hace si nosotros no hacemos el nuestro, sea en el sentido que sea.

"Perdona mi maldita costumbre de despertarte, porque tengo miedo... o porque llego tarde."

I. Serrano
A veces me gustaría tener el valor de, con los dedos índice y corazón, abrir una rendija en esa persiana que me impide ver las cosas que no debo, las cosas que nadie quiere ver, y observar todo lo que se esconde detrás.
Cada segundo que pasa en el reloj suena a estruendo, a quejido, a lamento.
Yo ya me acostumbré a él, y en ocasiones pienso que es una manera que tiene el tiempo de decirme que, aunque no lo crea, me comprende.
Que está aquí, que está conmigo.
Que también piensa lo que pienso yo, y también se conforma sólo con compartirlo en esta habitación, donde la oscuridad reina, a excepción de esa luz anaranjada que viene directamente de la farola colgante del edificio de enfrente, y el silencio sería total si no fuese por las voces que llegan procedentes de la calle, voces de gente joven. Gente con su vida, con su forma de ser… gente que, al fin y al cabo, vive como todos, detrás de la persiana.
Esa persiana que esconde todo lo que queda mejor escondido.
Si lo hiciera, si tuviera ese valor que comentaba antes para abrirla, aunque sólo fuera un poco, supongo que podría ver a personas saludándose alegres justo al encontrarse en el portal, como si nada pasara, disimulando a la perfección que apenas unos segundos antes lloraban de rabia escondiendo la mierda debajo de la alfombra de sus casas, disimulando que no han oído al otro.
Vería a la chica que siempre me encuentro en la parada del autobús, cuando el sol aún no ha salido y hasta en ocasiones ni siquiera el cielo ha empezado a clarear, con su eterno gesto, siempre indescifrable, escondiendo medio rostro detrás de su bufanda, y la vería en su cama, en esas horas que jamás la he visto. La vería dormir con un chico, la vería darse la vuelta para que no la viese llorar, aunque quizás el motivo de su llanto fuera precisamente que, aunque la viera, tampoco le importaría demasiado.
Vería a chicos con pendientes y expulsados tres veces del instituto ayudar con las bolsas de la compra a la anciana del piso de abajo, y vería dos minutos más tarde al abogado del bloque contiguo mirarlo con desprecio mientras pasa bajo su ventana, por las pintas, por los andares, mientras le agradece al cielo que sus hijos no sean así, ignorando completamente las aficiones de sus perfectos descendientes cuando salen los sábados por la noche.
Vería un coche en un descampado a las afueras de la ciudad a altas horas de la madrugada, con dos chicos en su interior, desnudos y jadeantes, y mientras en ese vaivén y mezcla de sudores él piensa lo mucho que lo van a envidiar mañana cuando cuente a quien se está tirando, ella se deja hacer con la mirada perdida y sin el menor placer, pensando qué día fue cuando supo que los príncipes no existían, qué día fue cuando renunció a ser esa princesa con la que soñaba ser de niña.
Vería a vagabundos cultos e inteligentes buscar cartones resistentes para hacer frente a la lluvia nocturna, y vería a inútiles con Mercedes pasar a su lado haciendo salpicar los charcos.
Al vecino escondiéndose detrás de los buzones para no coincidir con su ex mujer, que acaba de llegar al barrio con ese nuevo novio de su brazo, ese con un trabajo más remunerado, más alto y menos calvo. ¿Acaso importa lo demás?
Vería cómo los que no saben nadar se ahogan porque ya no hacen pie en las ilusiones rotas, vería a personas, por llamarlos de alguna manera, poniéndose en fila para darte las malas noticias, eso sí, diciéndote que si estás mal puedes contar con ellos, faltaría más.
Te vería a ti, mucho más madura, haciendo como que sabes vivir, aparcando el coche y encaminándote a tu casa, y lo harás tan bien, tan bien, que me lo creeré un poco más.
Me vería a mí pasar por tu lado, saludándonos con la cabeza al pasar, sin hablar, o peor, sonriendo sin ganas, y disimularía que mi corazón aún sólo se acuerda de latir cuando te huele, pero lo disimularía tan bien, tan bien, que jamás te darías cuenta.
Vería al taxista llegando tarde y cansado a su casa, y vería al panadero saliendo pronto y cansado de la suya.
Vería a un joven tomando el sexto café de la noche con el escritorio repleto de apuntes desordenados, estudiando para un examen crucial, y lo vería olvidarse completamente de todo una vez más cada vez que mirara de reojo la foto en su mesa, esa cuando los dos estaban juntos, esa cuando aún pensaba que “siempre” era una palabra, y no una utopía.
Vería a personas que un día se prometieron la vida encontrarse de frente y no sentir nada de nada, vería a gente que sonríe, que deja propinas y que son simpáticos y que sin embargo darían una puñalada a la espalda que fuera en cuanto su culo estuviera en peligro.
Vería a chicos que un día fueron inocentes y hoy te traicionan simplemente por su creencia absoluta en que tarde o temprano tú acabarás haciéndole lo mismo, cosiéndose su propio corazón, puntada a puntada y sosteniendo el hilo con la boca, estallando por dentro antes de exteriorizar sus sentimientos.
Y podría ver nudillos sangrando de impotencia en callejones mohosos, esos donde se esconden los malhechores, y podría ver quinceañeras paseándose por allí sin el menor miedo.
Y podría ver lágrimas en rostros que nunca hubiera pensado, y podría ver labios superiores mordiendo los inferiores enfermizamente de puro regocijo.
Y, por ver, podría hasta ver ojos que digan la verdad, encerrados en cualquier manicomio, cualquier colegio, cualquier bar.
Vería cómo es la vida detrás de esas rendijas, detrás de ese frío cristal, dónde todos somos bastante menos guapos, menos sonrientes, menos amables, y supongo que la tristeza más grande me recorrería el cuerpo cuando viera todo eso sin sorprenderme lo más mínimo, cuando descubriera que ya no voy a correr a un rincón a pensar asustado y compungido que para nada habría podido imaginar tales cosas.
Un mundo en el que el suelo estaría completamente sucio, lleno de fotos quemadas y cortadas a trocitos, canciones que nadie quiere oír ya, condones usados y papeles hechos una bola que, si te molestas en abrirlos, comprobarías que tienen escrito algo, aunque ni siquiera se pueda leer bien, puesto que la tinta se corrió a base de caerle encima lágrimas.
Vería a un niño de apenas siete años tirarle de la manga a su madre para que le dé algo a ese hombre que pide sentado en la puerta del supermercado, y la madre se percate con terror de que ni siquiera lo había visto, mientras recuerda que ella también tuvo siete años, y también le tiró de la manga un día a su padre en idéntica situación.
Vería promesas hechas en la niñez que aún se siguen cumpliendo, que no se olvidan, aunque nos preocupemos frente al espejo cuando observamos cómo nos comienzan a salir las patas de gallo, cómo el pelo empieza a clarear, y ni siquiera recordemos la edad exacta que teníamos cuando las hicimos.
Contemplaría  a una pareja joven arropando a su bebé, y aunque no tengan para llegar a final de mes y sus padres ni siquiera se soporten demasiado, lo tienen a él, a ese ser que mide apenas cincuenta centímetros y sin embargo es el completo dueño de sus vidas… y, cuando se miraran, sabría que sencillamente por esas razones el mundo vuelve a amanecer un día tras otro, aunque no dudo de que tal y cómo está la cosa en más de una ocasión le haya apetecido mandar a la mierda todo y dejarnos a oscuras, pero supongo que a algunos hasta les gustaría más: a oscuras no es necesario sonreír cuando no se tiene ganas, se puede mirar con amor hacia dónde está esa persona que jamás te permitirías que lo supiera, y se puede tocar un culo y echarle la culpa a otro.
Vería conversaciones que empiezan a altas horas de la madrugada y terminan exclusivamente cuando descubren los primeros rayos de sol en la cara del otro, sorprendidos por llevar horas y horas hablando, sin haber sido conscientes del tiempo que estaba pasando, y más aún, porque los dos se gustan y aun sigue la ropa en su sitio, aunque ninguno esperaba eso.
Vería a ese matrimonio que se suelta la mano disimuladamente cuando sale de la fiesta, pues ya no hace falta aparentar, y vería a esa pareja de quince años cogérsela cuando sale de la fiesta, pues ya no hace falta aparentar.
Vería sueños fracasados borrachos en las esquinas, cantando una canción y maldiciendo no sé qué; ilusiones que un día fueron fieles y hoy son sólo putas que se venden en el callejón, y almas que, desgastadas, subieron al tejado más alto de la ciudad y se tiraron sin dudar, dejando una nota escrita a alguien que nunca la va a leer.
Pero te vería a ti, te vería entrar en tu casa, cerrar la puerta detrás de ti, apoyando la espalda en ella, y, sin quitarte ni la chaqueta ni la bufanda, quien sabe, quedarte muy quieta, cerrando los ojos con fuerza y culpándote por no haberme olvidado todavía, a pesar del tiempo que hace que ni siquiera nos paramos a hablar.
Te vería encendiendo la radio, para quitarla apresuradamente cuando sonara esa canción que, un día, sonaba mientras éramos nosotros los que teníamos diecisiete años y estábamos desnudos en el interior de un coche… pero yo no pensaba en a quien se lo iba contar, porque ni siquiera tenía un alguien a quien contárselo, y tú en vez de tener la mirada perdida la tenías fijada en mis ojos, sonriente, y no te hacías preguntas de princesas frustradas, pues en ese momento te sentías una de verdad... y te vería mirando por la ventana, en tu propia persiana, con los dedos índice y corazón temblando acercándose a la rendija para abrirla un poco y ver el mundo tal y cómo es, con el pelo recogido tan solo a medias, como tanto me gustaba, y, tras respirar hondo, finalmente desistirías en tu intento y correrías igual que una niña asustada a la cama, si es que no sigues siendo solamente eso.
Y supongo que también me vería a mí mismo.
Haciéndole una reverencia al vagabundo, sentándome con él sin más, y pensando nervioso si debo pedirle perdón porque ya no tengo siete años y, en ocasiones, por prisas o por lo que sea, paso a su lado y ni siquiera me percato de que está ahí… aunque afortunadamente de vez en cuando ese niño me dé una paliza y me obligue a cosas como ésta.
Por él, y por mí, sobretodo, para qué engañarnos, quizás mientras lo hago saque las llaves de casa para rayar los Mercedes de todos esos inútiles.
Le sonreiría al chico de los pendientes, si es que me acuerdo de cómo se hace, aunque, en el caso de que no me atreviera, supongo que con sólo una mirada podría decirle lo que pienso, y entonces a lo mejor hasta el que sonreiría sería él, y no yo.
Me vería un lunes normal, saliendo de casa con ese frío interno que se te queda clavado al cuerpo, empezando la condenada semana llegando a la parada del autobús, y quizás, ya que estamos con las sonrisas, la gran diferencia respecto a los demás lunes sea que en éste note que la chica de la bufanda me dedica una, tímida, pequeña, casi imperceptible, y yo sabré qué es porque por la noche ya no tiene que darse la vuelta para que un tipo que nunca la mereció no la vea llorar, porque ya no existirán los lunes en que ella amanezca triste.
Vería a una chica en la soledad de su casa, sentada en la cama, pensando en cuanto aterra volver a empezar de nuevo, volver a confiar en alguien cuando ya apenas queda corazón, y en cómo las preguntas comprometidas, y la vida en general, se resuelve más fácil con mentiras… y ella se creyó todas las que él le soltó, un día tras otro, sin el menor remordimiento, y es que, al fin y al cabo, él había dicho todo eso “por no hacerle daño”… y pensaría todo esto mientras las mejillas se le van manchando (decorando) con lágrimas negras a causa del rimmel, quemando fotos una por una… pero también vería a alguien, a alguien que muchos toman por loco, caminando de un lado a otro de su habitación, terminando unos versos para esas lágrimas, y vería una noche futura, con sus miradas encontrándose, con ellos encontrándose, cuando ambos creían que ya no había nada que encontrar.
Podría pasarme el día, o la vida entera, mirando detrás, encontrándome con todo tipo de cosas, de situaciones, de personas.
Puede que sí, o puede que no.
Puede que viera todo eso, puede que fuera mejor de como lo pinto, o puede que aún muchísimo peor.
Solo sé que mi mano tiembla cada vez que estoy a punto de abrir la rendija, como temblaba la tuya en la misma situación, como nos temblaban a ambos, cuando tú dejabas la palma en mi pecho, oyéndolo latir, tan atenta, y yo rodeaba tu cintura, y entonces nuestras miradas sustituían toda clase de palabras, cuando la cobardía que acompaña a la madurez aún no nos invadía del todo y nos daban igual las habladurías, las opiniones de la gente, los comentarios de que algún día ni siquiera nos íbamos a mirar a la cara.
Esas ocasiones en las que no teníamos un trabajo en qué excusarnos cuando las cosas iban mal, cuando igual éramos más ingenuos, pero atrévete a decir que no más valientes, atrévete a decir que no menos idiotas.
Esas ocasiones en las que no sabíamos mentir, y entonces, simplemente con una tímida sonrisa, hasta parecíamos en paz.
A veces me gustaría tener el valor de, con los dedos índice y corazón, abrir una rendija en esa persiana que me impide ver las cosas que no debo… pero supongo que, al final, lo haría sólo para verte a ti.