domingo, 9 de octubre de 2011

Desvelado

Tu voz sonó mientras escribía ese relato. Entonces no lo sabía, pero tiempo después lo entendí todo.
No podía ser casualidad.




 "Es una lástima que no te puedas ver dormir, porque te aseguro que eres lo más precioso que existe ahora mismo encima de la Tierra."



Desvelado.
Siempre me cuesta coger el sueño por la noche. Sin embargo, a la hora de las siestas, o en cualquier momento sin darme cuenta, ya sea viendo la tele, leyendo, o similar, no necesito ni cinco minutos para lograrlo. Será que a esas horas el mundo gira sin necesidad que esté yo, que todo sigue su curso, que las musas están dormidas… que el silencio y la intimidad que me regala la noche están tan lejanos, que no puedo sino aburrirme hasta el sueño.
Pero a estas horas es diferente. Por la noche ese silencio del que hablaba está latente, me susurra al oído, esa intimidad me hace sentirme vivo, encontrarme conmigo mismo, con esta mente tan personal y característica que tengo, y noto como las musas se despiertan, se desperezan, y me tiran de la manga como un niño pequeño para que no tenga reparos en aceptar sus servicios.
La noche es ese momento en el que me siento yo, en el que las horas pasan más rápido que en cualquier otro momento del día, en el que me meto en la cama por obligación, casi siempre con el amanecer a cuestas, nunca por sueño o propia voluntad.
La noche es esa que tanto he usado para escribir, para pensar en todos esos rostros que en algún momento de mi vida he tenido en mente, y volver a vivir ese encuentro que se produjo unas horas antes, o esa conversación antes de que se fuera a dormir, o ese beso antes de dejarla en casa.
La noche es esa que un día me dijo, como ese amigo que te dice la verdad a la cara, aunque no quieras escucharla, que, cuando no quería por ninguno de los medios volver a dedicarla a alguien que no fuera yo, apareciste, sin un por qué, sin una razón demasiado contundente.
Tus ojos se fueron adueñando de esas horas, tu sonrisa, tu voz… no tienes ni idea de todo lo que he creado, del mundo que te he dedicado, de todas las cosas que he escrito en numerosas noches debido a tu recuerdo, más latente que nunca en ese momento del día.
Desvelado.
Así me encuentro ahora, a las cuatro de la mañana, pero, sorpresa, hoy sí que estoy metido en la cama.
Hoy no es día para escribir, ni escuchar alguna canción, ni mirar al techo pensando en tu voz o anotar ideas que me lleven a encontrarme contigo en un relato próximo.
Hoy estás aquí.
Miro hacia mi izquierda, y encuentro tu rostro a unos pocos centímetros.
Tu mejilla derecha sobre la almohada, tu mano derecha debajo de esta, tus ojos cerrados, vibrando levemente en ocasiones, debido a lo profundo de tu sueño.
Tu cuerpo alzándose y bajándose con tu respiración, armoniosa y tranquila, tu postura en “ese”, con las piernas juntas y flexionadas, tu perfecta silueta adivinándose debajo de las sábanas.
No quiero ni moverme, porque jamás me perdonaría despertarte, jamás me perdonaría romper este momento, en el que cada uno de mis relatos se juntan para formar tu imagen, cada una de las musas te observan asombradas, alrededor de la cama y pegándose codazos para estar en primera fila, rindiéndose a la que verdaderamente me llena, a la más perfecta de todas.
Todo se rinde a ti, pequeña.
Este silencio, esta intimidad, esta noche. Todo está a tu merced, saben mejor que nadie que hoy eres nuestra invitada de honor, y no quieren sino que duermas profundamente.
Todo ha empezado como un juego hace unas horas, en las que, de manera totalmente improvisada, me dijiste que estaría bien dormir juntos, casi avergonzada por mi posible respuesta.
Te dije que estaba de acuerdo, y me recalcaste la palabra “dormir”, de forma pausada y abriendo los ojos, para dejar claro que era eso, y solamente eso, y yo te volví a decir que estaba de acuerdo.
Habrá tiempo para ahogarme en tu cuerpo, no tengo prisa.
Habrá tiempo para aprenderme de memoria cada uno de tus poros, para desgastar tus labios, para besarte hasta el último trozo de piel… y aunque me muero de ganas de descubrirlo, a la vez no tengo ninguna impaciencia.
Habrá tiempo para noches de lujuria y frenetismo, para amanecer con tu sujetador colgado de la lámpara y las sábanas revueltas y tiradas por el suelo, mientras tus uñas clavadas en mi espalda son la muestra física más contundente de lo intensa que fue la noche… y será único, pero como igualmente lo es este momento.
¿Sabes? Me he acostado con algunas chicas en mi vida, con amor y sin él, con pasión y sin ella, pero pocas veces había hecho esto, y pocas veces ella le había dado tanta importancia como tú se la has dado esta noche.
Meterte en la cama como una niña pequeña que se acuesta pronto para que los Reyes Magos no se olviden de visitar su salón, bromear durante un buen rato conmigo, tirando de las sábanas y recordando cosas de la película que vimos juntos, y notar ese sueño invadiéndote poco a poco, ver tus ojos ir cerrándose cada vez más, hasta entregarte a él por completo.
Es una lástima que no te puedas ver dormir, porque te aseguro que eres lo más precioso que existe ahora mismo encima de la Tierra.
Observar hasta el más pequeño de tus detalles, tu mano izquierda agarrando un trozo de sábana, tus labios sellados, el sonido de tu respiración, y esa melodía improvisada que son tus suspiros, a cada poco.
Y es aquí cuando entiendo todo, cada una de las palabras que he escrito sobre ti, todas esas confusiones que tenía cuando apareciste en mi vida, todos los temores, las dudas, las ganas de verte, cada vez más.
Ahora lo entiendo todo, porque el tenerte aquí, el tenerte así, y el reconocerme lo que siento a causa de ello, es la prueba más contundente que pueda existir.
Desvelado.
Rendido ante ti, ante esto que me estás haciendo sentir y noto que se me va de las manos, de mi propia voluntad, y que eso, que me aterraba hasta hace nada, ahora me hace confiar, apostar por ello, apostar por ti, aunque ya casi no me quede nada en los bolsillos, de tantas veces que arriesgué al all-in y acabé perdiéndolo todo.
Pero eso es pasado. Todo lo que viví hasta un minuto antes en que tú aparecieras por primera vez no tiene absolutamente ningún valor ya.
Alzo la mano derecha, temiendo que te pueda despertar, pero rindiéndome a las ganas irremediables de tocarte, y, después de acariciarte levemente la mejilla, te paso el pelo por detrás de la oreja.
Vuelves a suspirar, y abres los ojos, lentamente, con una sonrisa.
No sé si eres consciente, no sé si mañana te acordarás de este momento, o estás tan dormida que dudarás si ha sido un sueño.
-         ¿Qué hora es?   -Susurras-
-         Vuelve a dormir.  –Contesto, sonriéndote-
Sonríes, y vuelves a cerrar los ojos.
Sí, probablemente mañana dudes, y no sepas si esto que acabas de vivir fue real o no.
No es tan raro al fin y al cabo, yo tengo la misma sensación, aún sin dormirme.
Es lo que tiene tanta perfección.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Nada de Nada

"He cometido mil errores, y jamás me arrodillé. He fracasado tantas veces, pero siempre lo intenté.Si me duele yo me aguanto, nunca me verás llorar. Sé que a otros hice daño, pero el que yo en mí sentí, nunca lo sabrás."

Viviré.



Apoyo ambas manos en los extremos del lavabo, con los brazos tensionados y la cabeza gacha, preguntándome por qué no me tiembla el pulso, ni siquiera un poco, mientras siento aún el agua resbalar desde la nuca hacia el cuello, para acabar cayendo en numerosas y continuas gotas en el interior del lavabo.
Miro de reojo la camiseta recién quitada, tirada en el suelo, pero rápidamente pierdo el interés en ella, y vuelvo a fijar la vista en el interior de la cerámica blanca.
Me fijo en el borde izquierdo, donde tengo el hilo y una aguja, y mi vista se va hasta la parte derecha, donde hay una cuchilla azul, de esas corrientes de usar y tirar, y me pregunto sin darle demasiada importancia cuánto tiempo llevará en ese lugar.
Hace tiempo que llevo la barba de cuatro días, que no me gusta verme la cara sin nada de vello, que es mi protección, así que no tengo ni idea de qué pinta eso ahí.
Todas estas cosas pasan por mi cabeza sin saber que son excusas: el agua, el fijarme en la cuchilla, el estar tanto rato en silencio… sólo excusas para no pensar en lo ha ocurrido… pero todo a su tiempo.
Que yo también necesito treguas.
Ni siquiera estoy seguro de poder mirarme en el espejo, pero cuando alzo la cabeza y me encuentro con ese que tengo enfrente, me doy cuenta que sí, que puedo sostenerle la mirada perfectamente, aunque cada vez lo reconozca menos. Y al mirarlo a él, recuerdo de nuevo los últimos ojos que se han fijado en los míos, azules cristalinos, intentando descubrir en mi mirada algo que, a estas alturas, es imposible de descubrir, porque no existe.
Decepción, creo que ha sido la palabra que más repetían esos ojos. Incredulidad mientras me miraban incomprensivamente, pensando por qué, por qué no le respondía, por qué no me defendía, por qué sólo guardaba un insoportable silencio. Pero yo los miraba, y, aunque me sentía mal por ellos, por ella, a la vez no se movía nada dentro de mí… sólo estaba ante una chica guapa, preciosa, si me apuras, pero nada más. Me daba igual su corazón, sus sentimientos, sus palabras.
Y aunque ha habido un momento que he pensado por qué, cómo he llegado a eso, el vacío interior me ha hecho ver que no tenía sentido seguir dándole vueltas… cada vez tengo menos dentro.
Ella creía que no. Craso error.
Ella creía que tras mi sonrisa aún se escondía algo, quizás un corazón magullado que prefería ponerse coraza y hacerse el duro, que, haciéndome ver lo que era ella, por fuera y por dentro, podría conseguir que sintiera… pero no, ya es tarde.
Mi mirada no es imperturbable porque tenga nervios de acero, lo es porque no guarda nada dentro.
Y si te lo preguntas, sí, he sentido… pero no todas son ella, encanto.
Y, antes y después de ella, se cerró el capítulo de sentimientos en mi vida.
Porque ella no es ninguna.
Así que ahí me quedé, viéndola derramar lágrimas, pensando irónicamente lo preciosa que era en ese estado, y sin tener ni una palabra para consolarla… en realidad, ni siquiera me importaba demasiado.
Ahora sólo miro a ese puto espejo, y sé que no me temblará el pulso a la hora de coger el hilo con los dientes y coserme puntada a puntada las heridas que se han vuelto a abrir. Sólo hay que aguantar el dolor por un tiempo, mientras se cose, y esperar a que cicatrice, porque lo hará.
Siempre lo hace.
Y ya está.
Yo seguiré siendo el que soy desde hace tiempo, sólo que aún más seguro, aún más egoísta, aún más egocéntrico, y volveré a salir ahí fuera.
Cada vez es más así. Las heridas van cerrándose, mientras que yo voy abriendo otras a ojos inocentes.
Ya está, cosido. No se ha derramado tanta sangre, ni siquiera me ha hecho falta demasiado hilo.
Miro a ese con barba de cuatro días y gesto impertérrito, que me mira sin pestañear. No hay vergüenza, ni excusas. Sólo hay, ahora, más egoísmo. Eso es todo.
“Ella no debió creer en mí. Fue su culpa”
Le digo en voz alta, y suena convincente.
Cojo todo lo sobrante y lo tiro por el retrete, mientras me pongo la camiseta para tapar las viejas cicatrices, y la herida recién cosida.
No puedo evitar hacer un gesto de dolor al sentir el contacto de la ropa con los puntos, pero sólo eso me permitiré.
Tengo la camiseta puesta y no se ve nada de debajo, menos aún de dentro.
Sigo siendo yo. De hecho, soy más yo que nunca.
Y aquí no ha pasado nada.
Nada de nada.

lunes, 3 de octubre de 2011

La Realidad

Relato antiguo que, después de "sacarlo del cajón" una de las personas más cercanas a mi vida, me hizo releerlo hace algunos días y bueno, aunque técnicamente no llega al nivel de otros, ese diálogo, esas ironías... esa realidad, había que volver a vivirla.
Quizás ya no sea mi idea de escribir... pero viene bien recordarla, aunque sea de vez en cuando.


"Nunca he dejado de quererte, ni siquiera cuando te odiaba."  Un dulce verano.


No aguanta ni un segundo más aquí dentro. Acaba de mirarse en el espejo, y ni siquiera se ha reconocido. ¿Peinado? Con lo que le gusta a él darse vueltas y vueltas en el pelo hasta tener el despeinado perfecto. ¿Camisa? ¿Chaqueta? Por favor, parece que va disfrazado, aunque, también es verdad, dos chicas de la fiesta (futuras damas de honor, supone) le han entrado con unas excusas bastante sospechosas, así que no se verá tan mal, después de todo.
Un amigo suyo ha dado una fiesta en su casa, celebrando que se promete con su novia y que dentro de unos meses se casará, así que aquí está, fingiendo que le envidia, y pensando si sería de buen amigo decirle que para nada cree que esté haciendo lo correcto, es más, que lo ve como un gran error… aunque, francamente, tampoco cree que le hiciera mucho caso.
La gente sólo ve la realidad cuando está preparada para verla.
Mira la hora, y ve que ya es suficientemente tarde como para poder irse por voluntad propia, es decir, sin que nadie piense que no le ha gustado algo, que tenía prisa y ha venido por cumplir, o que es por ella, y, vaya por Dios, su huída tiene bastante de las tres.
Encamina el paso hacia la puerta de salida, y justo antes de abrirla, la ve al fondo, con él. Sí, qué ironía verse en éstas, pensando cómo su amigo puede dar ese paso, cómo puede estar tan condenadamente loco, pero él, cuando estuvo con ella, también lo soñó. Lo soñaron.
Estuvieron juntos unos meses, no mucho más, pero lo suficiente para que se dieran cuenta de que juntos podían con todo, para ilusionarse hablando del futuro, primero dejándolo caer medio en broma para ver qué tal reaccionaba el otro, y luego planeando hasta el último detalle, viendo ojos que brillaban exactamente igual que los propios ante esa posibilidad.
Iban a todos sitios juntos, siempre estaban de mimos… en fin, lo que viene siendo una pareja pastelosa en toda regla. La quería, claro que la quería, hasta que la realidad (esa que antes comentaba que la gente sólo la ve cuando está preparada para verla) le hizo saber que nada es para siempre, que con esa actitud de ilusos sólo harían pegarse una buena, y poco a poco se empiezan a ver fallos, reproches, desencuentros, enfados… todo se va alejando de esa perfección, hasta que se acaba de una forma tan diferente como la de ellos. Él, reconvertido en un ligón experto de sólo meses de entreno, el perfecto chico frío, calculador, pero a la vez galán para conquistar a mujeres de las que se olvida justo al amanecer, y ella con otro chico, volviéndolo a intentar, o eso parece desde lejos (ni siquiera se hablan, y cuando lo hacen es para volver a enfadarse), con alguien que no sabría decir por qué, pero está seguro que no es perfecto para ella… aunque claro, el único ser perfecto que considera para ella es al que ve cada día en el espejo.
Así que ahí están, hablando sabrá Dios qué, la pareja perfecta, a ver cuánto duran.
Sacude la cabeza en señal de incomprensión, gira el pomo de la puerta que sostenía desde que los vio en el fondo, y sale.
Camina por el corto pasillo del rellano, coqueto y lujoso, y pulsa el interruptor de uno de los dos ascensores, que indica que va a comenzar a subir.
Uno, dos….
¿Y si bajara las escaleras? Ni de coña, está él para eso, desde un sexto piso. Aquí espera así se caiga el edificio.
Tres, cuatro….
Oye una puerta abriéndose detrás de él, y piensa que ya tiene que ser casualidad que en este momento exactamente haya salido alguien de la fiesta también, como si no hubiera habido noche. Y, si la suerte no se alía con él (hace años que no lo hace, ¿Por qué lo va a hacer ahora?) y da la coincidencia de que es alguien de otra casa, no le quedará más remedio que bajar con esa persona seis condenados pisos, y esos segundos silenciosos le serán eternos, mirando al techo del ascensor como si no hubiera visto nunca uno, o peor, hablando de lo felices que se les ha visto a la pareja, qué bonita fiesta, qué bien preparado todo.
Cinco, y seis.
La puerta se abre.
-         No le vayas a dar aún.    –Se oye una voz-
No, no hará falta hablar ninguna de esas cosas que tanto le preocupaban hace unos segundos, y no precisamente porque haya tenido la suerte de que sea una persona de otra casa.
Sí que es de esa. Pero no, no tendrá que preocuparse por eso.
Ella se pasa el pelo por detrás de la oreja, mientras que parece buscar algo en el bolso, y se mete en el ascensor con él, sin alzar la cabeza siquiera.
La puerta del ascensor se cierra.
Y es jodido que se cierre, porque, aunque no se lo admitiría jamás, este espacio tan cerrado y ella tan cerca hace que la huela, y otra puñetera casualidad es que no haya podido cambiar de perfume en este tiempo, así que de nueva le inunda esa fragancia que tanto reconocería de ella, ese olor tan característico que se quedaba en su camiseta cuando habían pasado la noche juntos, ese aroma que, cuando volvía de llevarla a casa, corría a dormir para volver a disfrutar aún impregnando su almohada… todas esas cosas que hace tiempo que ahora se las apropia otro.
Silencio. Jodido silencio.
Cinco.
¿Ni siquiera van a hablar una palabra? Bueno, mirándolo por un lado optimista, la verdad es que ella se ha dirigido a él cuando estaba esperando el ascensor… “claro, porque sino se tenía que esperar” se responde a sí mismo, entre divertido y enfadado.
Cuatro.
La mira de reojo, pero no parece que ella esté por la labor de alargar mucho esa tensión.
Tres.
Un sobresalto les hace desestabilizarse, la luz del ascensor se va, la musiquilla que sonaba se deja de oír… y a los pocos segundos vuelve, aunque no la música, ni el funcionamiento del ascensor.
-         Perfecto.    –Protesta ella, y comienza a darle a todos los botones, cada vez más fuerte-
Él la observa un rato, mientras ella no parece querer detenerse.
-         Si le das más fuerte igual sí funciona.
La chica se detiene, lo mira de reojo, y sonríe irónicamente.
-         Veo que sigues tan divertido como siempre.
-         Se intenta.  –Contesta, inclinando la cabeza hacia su hombro, restándole importancia-
-         Pues ha salido la noche perfecta.  –Dice ella, dándose por vencida, mientras saca su móvil del bolso-   No tiene cobertura, mira tú a ver, anda.
-         No tengo.   –Dice él, sentándose en el suelo y apoyando su espalda contra la pared del ascensor.-
-         ¿Cómo lo sabes si no lo miras?
-         Que no tengo el móvil aquí.
La chica resopla, y mira al techo… bueno, en eso sí que había acertado.
-         ¿Hasta cuando nos quedaremos aquí?
-         ¿Me ves cara de futurólogo?
-         No, eso seguro que no, desde luego.
-         Lo mejor que puedes hacer es sentarte… tarde o temprano alguien saldrá de la fiesta, y se dará cuenta de que uno de los ascensores está estropeado.
-         Si no coge el que sí que funciona y se olvida de todo.
-         Pues si es así, nos moriremos aquí y ya está. –Sonríe irónicamente él esta vez-
Media hora después….
Siguen en el mismo lugar, él sentado en la misma posición que al principio, con las suelas sobre el suelo, apoyando las muñecas sobre sus rodillas, y la espalda en la pared lateral derecha, y ella hace unos minutos que hizo lo mismo, con las piernas juntas y flexionadas, apoyando la espalda en la pared central, habiendo una cierta distancia entre ellos a pesar del lugar tan estrecho.
Desde que él pronunció la última frase no ha habido una sola palabra más.
De repente, él se levanta, y se quita la chaqueta, mientras se desabrocha un botón más de la camisa.
-         Qué haces.   –dice ella, sorprendida-
-         Tranquila que me podré controlar las ansias de hacerte mía, no te preocupes.
Ella sonríe, habiéndole hecho gracia la respuesta, aunque no quiere hacerlo, y mira hacia la única pared solitaria, la de la izquierda.
El chico se vuelve a sentar, y la mira… ahora sí puede, que ella está mirando hacia el otro lado. Ahora puede bajar la guardia, puede pensar que la tiene tan cerca… tan cerca, quién se lo iba a decir.
De repente ella se vuelve, y él se apresura a quitar la mirada.
-         Tú y yo, en la misma habitación, a solas, más de media hora ¿Eh?             –Sonríe ella-
-         Porque no podemos evitarlo, que si no…
-         Supongo.  –Contesta, estirando los labios hacia abajo para acabar encogiéndose de hombros-  Pero bueno, no nos hemos tirado nada a la cabeza aún.
-         Vaya que rebote y nos dé a nosotros mismos.
-         ¿Vas a contestar cada cosa que te diga?  -Le pregunta ella, aunque su tono es mucho más suave que al principio… casi de complicidad, de dos personas que disfrutan picándose-
Él alza las palmas de las manos en señal de pedir perdón.
-         ¿Has venido solo?
Él la mira abriendo los ojos, sorprendiéndose de la pregunta ante la obviedad de la respuesta.
-         A ver, que si tienes a alguien.
-         No, no la tengo. Ni quiero.
-         No siempre fue así.
-         Ya ves, de todo se aprende.
Ella asiente, sin responder.
-         Y a ti qué tal te va.
Pregunta él, aunque la verdad no quiere saber para nada cómo le va. No quiere que le diga lo que se aman, lo que se quieren, sus planes… no quiere saber nada de nada.
Ella sigue sin responder.
-         Oye.   –Le vuelve a decir-
La mira, y ve cómo las lágrimas le caen por la mejilla, negras a causa del rimmel, mientras su mirada se fija en el vacío.
-         No me va.  –Lo mira-  Hace aproximadamente unos cuarenta y cinco minutos que no va de ninguna forma.
-         ¿Y eso?
Ella se vuelve a encoger de hombros.
-         No va, poco más hay que decir. Así que nada, mañana, de nuevo, a comenzar de cero otra vez, con menos ganas, con menos fuerza, con menos esperanza….
-         Ahora lo ves así, pero pasará el tiempo y no lo verás tan negro.
-         No es que te vea a ti con muchas ganas de querer lo que querías.
-         Pero porque yo decidí no quererlo más. Tú que sí lo quieres lo has vuelto a intentar, y tarde o temprano te volverás a ilusionar.
Duda si hacerlo, pero finalmente avanza los metros que le separan de ella, entre arrastrando el trasero y medio en cuclillas, y se sienta a su lado, mientras le pone su chaqueta por encima.
-         Creí que sería para siempre.
Dice ella, mientras, para la tremenda sorpresa de él, apoya la cabeza en su hombro.
Él sonríe al oír eso, mientras un viejo dolor le vuelve.
-         Siempre se cree uno que es para siempre.
-         ¿Tú lo creíste conmigo?
Ahora el que no responde es él.
-         No sabes cómo agobia ver que me equivoco una y otra vez… que cada vez soy más tonta, que cada vez creo cosas más inverosímiles.
-         Tú no eres tonta.
Ella alza la vista para tenerlo en su ángulo de visión, aunque no despega la cabeza del hombro del chico.
-         Quizás un poco, pero no mucho.
La chica le golpea con el puño con el que sostiene el cleenex, y él no puede evitar sonreír, porque ella no lo ve desde donde está, y porque jamás soñó con volver a estar así con ella.
-         En serio, lo que te quiero decir es que a lo mejor ese chico no es para ti, y uno sólo puede ver la realidad cuando está preparado para verla.
Ella no contesta.
-         Así que…  -Sigue hablando él-  …no me cabe ninguna duda de que, tarde o temprano, aunque a lo mejor en ese momento ya ni te lo esperes ni lo busques, llegará esa persona, y entonces comprenderás que ese chico es para ti.
-         ¿Y para ti no?
-         Pues supongo que también, aunque, a diferencia de ti, yo ya ni la busco ni la espero.
-         ¿Por qué? ¿Tan harto acabaste después de estar conmigo?
Tan harto, dice, piensa él. Tan harto no, tan asustado, tan herido de haberla amado tanto, que tan sólo la idea de volver a querer a alguien la mitad de lo que la quiso (quiere) a ella ya se echa a temblar. Si no da lugar a amar, no ama, y entonces sufre menos. Así de tristemente lógico.
-         Es por muchas cosas, pero no estamos hablando de mí. Sólo quédate con mi sincera opinión de que más pronto que tarde volverás a tener eso que necesitas, y estoy seguro de que esa vez será para siempre. En cuanto a ese chico… es pasado, olvídalo.
-         Porque lo pasado se olvida, ¿No?   -Contesta ella-
-         Claro. Lo pasado se olvida.
Ella separa la cabeza del hombro de él, y lo mira a los ojos. Está tan increíblemente preciosa… aunque tenga el rimmel levemente corrido, y la nariz roja de haber llorado, es lo más precioso que jamás vio.
La tiene tan cerca… su cara, sus labios, su respiración, todo aquello que hace tanto que dio por seguro que jamás podría volver a disfrutar.
-         ¿Lo pasado se olvida?  -le vuelve a preguntar, susurrando-
Él traga saliva, sabiendo que no, qué coño se va a olvidar lo pasado. Al menos, no si el pasado es preciosa, morena, delgada y única. Eso quisiera él.
No contesta, y ella finalmente sonríe, como cuando se besaban, y entonces ella le mordía el labio, él se quejaba y ella se quedaba así, exactamente igual, a la misma distancia, y con esa misma sonrisa.
Vuelve a apoyar la cabeza sobre él, esta vez sobre su pecho, y se acomoda, mientras cierra los ojos, y respira profundamente.
Ahí se queda él, en silencio, mirando al vacío… y en ese momento, la mano de ella coge la suya.
Y él sonríe, sonríe sinceramente, como nunca ha vuelto a hacerlo desde que la perdió, y aunque se mira las manos quemadas, y le duele el roce con las de ella, no le importa… porque esas manos están así de quemadas de haberse agarrado a ese clavo ardiendo durante tanto tiempo, a sobrevivir únicamente por vivir sujetando ese clavo que ardía con todas sus fuerzas, aunque ni fuera consciente… ese clavo de volver a estar así con ella, aunque hubiera una posibilidad entre mil millones.
Quizás pasen unos minutos hasta que alguien se dé cuenta que están ahí atrapados, quizás pasen la noche entera, quizás les abran mañana, ya de día.
Que no tengan prisa por sacarlos de allí. Para nada.
La mira, mientras parece ser que ella se duerme, con su mano sobre la de él, y sonríe.
Y es que la gente sólo puede ver la realidad, cuando está preparada para verla.

domingo, 2 de octubre de 2011

Abre Los Ojos

"Un día creí que yendo con los ojos abiertos me iría mejor, ya sabes, la eterna cruzada contra la vida, por bandera la sinceridad y todas esas cosas, pensando que así todo saldría bien, incluso me permití el lujo de dar ese consejo, que tan bien queda y además, recuerda, que yo confiaba en ello ciegamente.
Hoy no sería tan hijo de puta de decirte a ti lo mismo, mandándote a la trinchera sin un triste casco, sin un mal arma."

"No me atrevo a decir nada, no estoy seguro. Aunque esos ojos, sin duda, son los tuyos.... Más cargados de nostalgia, quizás, más oscuros."   I. Serrano.

-         Abre los ojos.
Tu voz ha sonado suave, como suele ser su tono, casi susurrante, pero a la vez contundente.
Miro a los tuyos, tan abiertos, supongo, tan azules, y me da por pensar que, si yo tuviera tus ojos, también pediría lo mismo. Pero no te lo digo, claro. Me lo callo, como me callo tantas cosas, ya sabes, es mi especialidad. Pensar y callar, sobre todo si es bueno, sobre todo si es para decirle algo así a alguien, no sea que después el cosmos entero se me vuelva en contra y bla bla.
Te miro, dolido, más de lo que hubiera supuesto que me podría doler un comentario así, y tus ojos siguen fijos en mí, tal vez esperando una respuesta que no va a llegar.
Ya, como si fuese tan fácil. Supongo que no es del todo complicado ver la vida desde esos ojos claros, decorando todo de azul, con esa alegría, esas risas, ese camino recto y sin demasiadas piedras, si bien no te culpo por ello, y mucho menos te juzgo.
Pero no puedo decir sino que deberías estar aquí, con los míos. Quizás entonces me entenderías mejor.
Si yo abro los ojos veo demasiada mierda, demasiada tierra árida, demasiadas flores marchitas.
Si yo abro los ojos veo dolor y pasado, veo mentiras que aún hoy sigo sin saber por qué vinieron, veo ojos (fíjate qué ironía) que hicieron de todo menos decir la verdad, y nunca vi el menor sentimiento de culpa, de arrepentimiento, ni en el momento de ser descubiertos, ni antes, ni después.
La gente no se arrepiente casi nunca de lo que hace. Tal vez piensen en esas cosas y se sientan mal durante un rato, pero aprenden a mantenerlo alejado de ellos mismos, a esconderlo en algún lugar de su cuerpo, no sé si cerebro, corazón, o cualquier otro órgano, y lo conservan ahí, simplemente, sin dar ruido y sin salir bajo ningún concepto, tal vez llegando un día en que incluso se olviden de ello por completo. No desaparece de sus vidas, pero tampoco pasa algo muy distinto a eso. ¿Y sabes qué? Los envidio. De nada sirve vivir con culpas, sólo que, cuando eres tú quien las lleva dentro, no entiendes cómo hay gente que se ha podido olvidar de ellas, y vivir tranquilamente.
Pero así es, pequeña.
Si yo abro los ojos veo puñales clavados en la espalda, incomprensiones, sueños rotos a favor de un trabajo aburrido pero seguro. Veo a alguien diciéndole a otro alguien que se puede ir, que no se preocupe, que lo entiende todo, y veo la lágrima más dolorosa de su vida no caer por su mejilla.
Veo a un hombre en su cuarenta cumpleaños con la mirada perdida tras un cristal empapado en lluvia y debatiendo consigo mismo cuando se le olvidó ser joven, si la edad te quita la juventud, o es uno mismo quien la pierde, echándole la culpa a ella, ya sabes, te he dicho antes que se vive mejor sin culparse a uno mismo… por suerte (o desgracia) siempre hay un instante de soledad y una ventana empapada en lluvia para ponernos las cosas en su sitio… aunque, tras eso, consigamos escondérnoslo de nuevo.
Todos llevamos errores con nosotros.
Yo también recuerdo aquella mano que se alzó buscando la mía y nunca la cogí, pero tenía tanto que aprender en aquellos tiempos… casi tanto como tienes tú, hasta creo recordar que también tenía los ojos azules por aquel entonces. También me pidieron perdón y nunca logré perdonar, también vi ojos dolidos por haberme fallado, y nunca conseguí, ni apenas intenté, olvidarlo, si bien de eso no me culpo tanto.
Un perdón no hace desaparecer, disminuir, ni siquiera aliviar, el dolor causado.
Si abro los ojos veo tanta mierda que no sé donde coño meterme, porque detrás de estos ojos marrones no se ve nada especial, no te creas, no es como ese mundo azul tuyo.
Aquí ni siquiera existe el azul.
Si abro los ojos, pequeña, me topo de frente contra la realidad, y no es la que tú crees que es… pero es pronto para que te des cuenta de ello.
Tú debes seguir así, con tus preciosos ojos bien abiertos, no sería justo que fuese de otra manera. Pero tus ojos son crédulos y jóvenes… ni siquiera veo ningún dolor en ellos, y una mirada sin dolor escondido no es una mirada de verdad. Así que me limito a mirarte el azul claro, y a callarme.
Un día creí que yendo con los ojos abiertos me iría mejor, ya sabes, la eterna cruzada contra la vida, por bandera la sinceridad y todas esas cosas, pensando que así todo saldría bien, incluso me permití el lujo de dar ese consejo, que tan bien queda y además, recuerda, que yo confiaba en ello ciegamente.
Hoy no sería tan hijo de puta de decirte a ti lo mismo, mandándote a la trinchera sin un triste casco, sin un mal arma. Hoy me limito a callarme y a pensar que ya llegará el día en que tú sola te des cuenta de todo, y si por un milagro ese día nunca llega, bueno, supongo que nunca llegarás a saber lo increíblemente afortunada que serás.
Simplemente, hay quien no es capaz de enfrentarse al dolor, o no sabe, y prefiere vivir acobardado sin dar pasos adelante… y hay quien sí es capaz de enfrentarse, aunque sea pagando el inevitable precio de acabar loco, como yo.
No es cuestión de engañarse a uno mismo, ni de fingir que no sabe nada, ni de olvidar las cosas… es simplemente que llega un momento en el que uno decide cerrar los ojos, harto de lo que ve.
Así que no te atrevas a decirme que los abra.
Me miras, esperando aún esa respuesta, esa que no va a llegar.
Una respuesta que nunca entenderías, tan terroríficamente simple, y que tan sorprendida te dejaría, si descubrieras que eres tú quien vive con tus preciosos ojos cerrados, y no al revés.