No,
nunca tuve ninguna duda de que podría seguir sin ti.
Que
en estos tiempos ya nadie deja de vivir por nadie, que las cosas
pasan. Que las fotos duelen, pero también existen cajones para
guardarlas, e incluso llaves para cerrarlos ante la probable
tentación, un sábado al volver a casa, o simplemente en cualquier
momento en que el guardián de lo que no debemos hacer se vaya a
dormir, de abrirlos e inundarnos en ellas, volviendo a empezar de
nuevo. Que cuando todo empieza a desteñir al final acaba teniendo un
color demasiado feo, y lo nuestro hacía tiempo que tenía unos
tintes indescifrables. Que siempre se puede volver a la vida a la que
he vuelto, a no dar explicaciones, a no saber cuando va a ser la
última, a mentir, a besar, a prometer citas a la mañana siguiente
que nunca llegan.
No,
nunca tuviste ninguna duda de que podrías seguir sin mí.
De
que ni siquiera estuve nunca del todo a tu altura, de las constantes
peleas sintiendo cómo me quedaba atrás, sin entender tus noches
enteras en la biblioteca, sin enterarme muy bien de esas cenas de
tres platos, de no saber nunca en qué consistía el menú, a pesar
de que me lo nombraras una y otra vez.
Que
todo pasaría, que detrás de mí seguro que vendría alguien mejor,
posiblemente más alto, más adecuado para ti, que supiera hablar el
doble de idiomas que yo (o sea, con dos ya iría sobrado) y que te
invitara a ver esas películas en versión original a las que yo
nunca les acabé de ver la gracia.
Es
raro estar en el mismo sitio que tú.
No
es especialmente doloroso, ni melancólico, ni condeno mi mala
suerte. Simplemente es raro.
Estar
en el mismo lugar sin estar contigo, empezar a vivir estos días que
tarde o temprano sabíamos que iban a llegar, no siempre íbamos a
estar esquivándonos, evitando a acudir a sitios sólo por la
probabilidad de que el otro también fuese; ya era demasiado extenso
el tiempo de hacerse el feliz delante del otro, de las carcajadas
forzadas, de los amigos sobreactuando para que ambos veamos lo bien
que estamos.
Tal
vez uno de los errores fue no pensar nunca algo tan simple como que,
a veces, la culpa también era de uno, y no siempre del otro.
Estamos
bien, no pasa nada.
Acabó,
y cada uno ha rehecho su vida, de diferentes maneras.
No,
nunca tuvimos ninguna duda de que podríamos seguir sin el otro.
Simplemente
es extraño ese sentimiento de hacha enterrada, de no hablar contigo
ni siquiera para gritarnos, porque de este mismo sitio salí contigo
un día, parece ahora tan lejano, cogiendo tu mano disimuladamente, y
apenas cinco metros más allá, en una noche de frío intenso, nos
besamos por primera vez, quién sabe cuanto tiempo deseándolo.
Porque en este sitio nos gritamos a viva voz, nos maldijimos, nos
jodimos a más no poder… y ahora no hay nada de eso. Ahora todo es
una extraña sensación de mar en calma, cuando ya no quedan ni
siquiera rencores, ni siquiera gritos que pegarnos. Porque al menos
mientras ocurría eso seguía habiendo algo, aunque fueran gargantas
lastimadas y miradas fulminantes.
Ahora
ya no hay nada de nada. Ahora es el verdadero final.
Estoy
cansado de luchar, de discutir, de creer, de forzar.
Estoy
cansado de quererte y de no hacerlo, de pensar en todo esto y de
repetirme que no lo voy a volver a hacer.
No
es cuestión de pasar página, sino de quemar el libro.
De
apagar la luz y cerrar la puerta, sabiendo que no vas a volver a
entrar ahí, y que no pasa nada porque nos crucemos por el
descansillo, como ahora.
Que
podemos saludarnos como si nada hubiese pasado, quitarle la
respiración asistida de una vez por todas a lo nuestro y dejar que
se muera sin hacer ruido, sin pena ni gloria.
Sonríes,
tímidamente, y veo en esa sonrisa lo mismo que yo pienso, ese
cansancio de pelear, ese hacha enterrada… esa renuncia definitiva a
la idea de volver a estar juntos alguna vez.
Alzo
la copa, y sonrío yo también, mientras me parece que nuestra mirada
está durando más de lo que debería.
Ya
no somos conocidos, ni amantes, ni pareja, ni siquiera enemigos.
No,
si de algo estoy seguro, es que no quiero ser tu enemigo.
Nunca
tuvimos ninguna duda de que podríamos seguir sin el otro.
Simplemente
es extraña la sensación, el encontrarte en el descansillo, el no
saber quién debe pulsar el botón del ascensor, sólo eso.
Ni
conocidos, ni amantes, ni pareja, ni siquiera enemigos.
Y,
seguramente me equivoque, pero juraría que en nuestra mirada ha
habido todo eso.
Serán
cosas mías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario