jueves, 20 de diciembre de 2012

Vivir.



Volver a respirar su olor cada día al despertar.
Ver un partido de fútbol con los amigos.
Mirar el reloj, sin tener ninguna prisa.

Hola a todos. 
Perdonadme si mi saludo no es la manera más idónea de llamaros la atención, pero el caso es que, aunque siempre me interesó la literatura, e incluso intenté hacer mis pinitos en ese mundo, lo cierto es que nunca tuve madera para ello. 
Irónicamente, puede que este escrito sea más valioso que muchos de los libros más famosos de la actualidad.
"Hola a todos" es una manera demasiado corriente de empezar un texto que pretendo sirva de ayuda a todo aquel que lo lea un día, pero, a decir verdad, es que yo soy un tipo corriente. Un tipo corriente de cuarenta y tres años, una esposa maravillosa, y unos grandes amigos. Aunque en eso no caí verdaderamente hasta hace poco. 
Uno nunca cae en esas cosas si las tiene tan cerca, tan a diario, que no puede llegar a pararse a pensarlo. En las cosas verdaderamente importantes.
No en ese trabajo que me consumía diez horas al día y mi única preocupación era mantenerlo costara lo que costase, no en amargarme pensando por qué a fulanito le habían ascendido en lugar de a mí si yo llego antes y me voy después, no en ir tan ciego por la vida que ni siquiera se es capaz de saber quién está pasando por tu lado, qué mano te está pidiendo ayuda mientras tú miras para otro lado.
No llegar el final del día y pensar que llueva fuera mientras que uno esté a salvo.
Eso no es vivir.
Y, curioso, uno nunca se para a ver si está viviendo hasta que le dicen que puede dejar de hacerlo.
Pero es que yo no era más que un tipo corriente. Por eso no entendía por qué me pasaba eso a mí.
No debo excederme mucho, ya que me han dicho que no es muy recomendable que gaste mis energías ni tan siquiera haciendo esto, así que intentaré ir con el mayor ritmo posible, porque de momento no lo estoy consiguiendo.
Tengo cáncer. Me lo diagnosticaron hace unos dos meses.
Al principio no lo quieres asumir, y entras en una fase de negación que hace que todo sea aún peor.
Yo estuve hasta hace nada en ella, y tenía mis razones.
El porcentaje de éxito no era muy alto, y, si el final fuese irremediable, no quería pasarme los últimos días de mi vida entre unas paredes de hospital, oliendo a suero y medicinas, viendo cómo el pelo se me empezaría a caer poco a poco, sin tan siquiera reconocerme al mirarme al espejo debido a los efectos secundarios de la quimio.
No quería que los míos se pasaran el día llorando y viniendo a verme a este deprimente lugar, que el recuerdo de aquel que fui se les fuera desvaneciendo, entrando en sus vidas ese nuevo, adentrándose tan profundamente en su cerebro, que, en el futuro, cada vez que hablaran de mí me recordaran así.
Me negaba. Al fin y al cabo estaba en mi derecho, era mi vida, mi enfermedad, una decisión que me concernía sólo a mí. Sólo yo tenía derecho a decidir sobre cómo quería pasar los últimos meses de mi vida.
Hablé con familiares, con amigos, con ella, y les dejé clara mi postura. No había posible vuelta atrás.
Tal vez tú, que me estás leyendo, estés de acuerdo con ello, tal vez no.
Tal vez hayas leído uno por uno todos los puntos que había argumentado para defender mi opción, y te hayan convencido.
Son persuasivos, lo sé. Conmigo también me pasó, yo también me los creí.
Pero eran mentira.
Porque lo único que me pasaba era que tenía miedo. Que el terror se había hecho dueño hasta del último músculo de mi cuerpo, que no tenía valor para afrontar todo lo que venía, y que la decisión más fácil era meterme debajo de la manta, culpando al mundo y todos los que habitan en él y esperar sin más.
Hoy la miro, y me pregunto cómo pude llegar a ser tan cobarde.
Porque quiero vivir. Quiero VIVIR. No preocuparme por cada minucia de la vida, no ir con prisas de un lado a otro, no agobiarme hasta el punto de cambiar mi humor por motivos de trabajo, o por falta de él.
Ya no pienso en luchar. Pienso en vencer.
Cada mañana en mi mente sólo está esa palabra, la confianza, la fe en que todo pasará. Porque quiero volver a respirar su olor a despertar, quiero discutir de nuevo con mis amigos viendo un partido de fútbol, quiero sentarme, sin mirar el reloj, sin prisa.

Se oyen unos leves golpes sobre la puerta de la habitación, y, al mirar, descubre a su mujer, apoyada en el marco, con una sonrisa.
¿Te queda mucho?
Enseguida termino.
Vale, avísame. Te quiero.
Te quiero.

¿Veis? De eso es de lo que os hablaba. De sus ojos, de su esperanza, desde que yo decidí tenerla. De su fuerza de voluntad, de su fe ciega en que todo va a salir bien. 
Estaba equivocado. Era mi enfermedad, era mi vida, y era mi decisión, sí. 
Pero esa decisión no me concernía sólo a mí. Nunca lo hizo.
Porque aunque uno pueda volverse el ser más egoísta del mundo –y es entendible-, hay personas a tu lado a las que en ese momento les están clavando exactamente el mismo cuchillo oxidado y retorcido que a ti, sangrando igual, sufriendo igual. Tal vez más, porque aparte tienen que soportar la frustración, la impotencia, el tener que disimular que no están aterrados. Pero lo hacen, porque son valientes.
Lo fueron desde el primer momento. Y yo debía devolvérselo.
Porque su esperanza se alimenta con la mía y viceversa, y ya no voy a volver atrás.
He aprendido a pelear, a enfrentarme a las cosas, a ser fuerte.
He aprendido que uno nunca se para a vivir hasta que le dicen que puede dejar de hacerlo.
He aprendido que, lo que hoy es importante, mañana no lo es.
No pienso en luchar. Pienso en vencer.
Ahora sé que soy más que un tipo corriente, que tengo gente alrededor que me hace ser mucho más que eso.
Apuesto a que vosotros también la tenéis.
Así que si estáis leyendo esto, y os argumentáis a vosotros mismos o a los demás cualquiera de las razones que yo daba -a primera vista coherentes hasta cierto punto- para cruzaros de brazos, ya os digo que tal vez con ellos funcione, pero a mí no me engañáis.
Tenéis miedo, simplemente. Y es normal. Ellos también lo tienen.
Yo también lo tengo. Por eso peleo.
Para volver a respirar su olor al despertar, para volver a ver un partido con mis amigos.
Para empezar a vivir.
Pero esta vez de verdad.



1 comentario:

  1. Primero y ante todo, perdón por tardar taaaaanto en dedicar algo de mi tiempo a leerte, no cumplí con mi palabra y como tantas cosas en mi vida que voy dejando, voy dejando y al final no le presto la atención que se merece, contigo me ha ocurrido,aunque siempre teniéndolo en mente que antes o después, te leería. He estado casi dos años ocupado con unas jodidas oposiciones que casi me llevan al suicidio,je,y ahora que vuelvo a tener mi tiempo de relax diario,prometo ( y ésta vez si) seguirte y leerte porque te lo mereces y porque entre la calidad y lo "personal" de tus textos, invitan a que te lea. De los varios que he leído, hay algunos que me sorprenden tanto,que me pregunto de dónde coño habrás sacado esas ideas? Te lo dije y te lo digo por aquí, para mí eres bueno en ésto, tienes mucha personalidad escribiendo, y no sabes cuanto me agradaría que llegarás lejos...simplemente por que tú lo vales. 1 abrazo,maestro, y sigue así, nunca abandones!!!

    ResponderEliminar