domingo, 22 de julio de 2012

Amor



Para entender el final del relato, se ruega ver este vídeo.

Para entender el relato en sí, se ruega haber amado alguna vez, en cualquiera de sus numerosas formas.








Dicen que el amor de verdad ya no existe, que se extinguió hace mucho tiempo.
Incluso intentan explicarlo.
Que es simplemente la atracción química durante un determinado tiempo entre dos personas, y que tarde o temprano se acaba, debido a que es una situación transitoria, que el cerebro es el verdadero causante de todo.
El cerebro.


Se mira al espejo, sin gesticular. Siempre ha sido una mujer fuerte, y eso no va a cambiar ahora. Toda su vida ha luchado para conseguir lo que ha tenido, nada le ha sido fácil, y siente por primera vez que pierde una batalla, una batalla que le es imposible de vencer. Contra el tiempo, contra los años; contra unos senos firmes y jóvenes, contra una piel sin la más mínima arruga.
Una batalla perdida antes de empezar.
Hoy es su aniversario, quizás él ni lo recuerda. Y aunque nunca le haya dado demasiada importancia a este tipo de cosas, es doloroso recordar que hoy es la efeméride de ese día en que él le pidió hablar, en aquel local, y ella le dijo que la esperara fuera. Era tan joven, tan guapa... y tan inocente. Dudó muchísimo si acudir, nerviosa y dubitativa, y tardó una hora en hacerlo, pensando (con cierta parte de alivio) que para esas horas ya se habría cansado y marchado. Cuando salió, llovía atronadoramente... y allí estaba él, de pie, tan delgado y nervioso, sin gesticular, con sus gafas de pasta gruesas totalmente ahumadas, calado hasta los huesos y con el pelo empapado.
Ella lo vio, y se echó a reír. Él rió con ella. Supo que era el hombre de su vida.
Es bonito recordarlo, a pesar de todo.
Escucha pasos sordos acercarse a la habitación, y corre a secarse las lágrimas que le resbalan por sus mejillas, y que no va a dejar que nadie vea. Menos él.


En el otro extremo de la ciudad, una camarera cierra las puertas de la cafetería en la que trabaja, después de otras doce horas de turno. Aún queda gente dentro, pero ya no se permite la entrada. Le da la vuelta al letrero de la puerta, y se queda mirando el cielo oscuro, mientras le brillan las pupilas. Es curioso ver algo tan bonito desde un sitio tan deprimente.
Algún día irá a la Luna. Algún día se paseará por todos y cada uno de esos astros, y, mientras se sienta en la estrella más brillante, levantará el dedo corazón hacia la dirección donde esté la cafetería.
Sonríe levemente, cansada, y se da la vuelta.
Deja paso para que salga una pareja, y, mientras sigue caminando, fija la mirada en un joven que lleva toda la tarde ahí, aunque se ha percatado de ello justo en este momento. Está sentado frente a la barra, inmerso en una carpeta abierta, de cartón gastado rojo, y lleva una gorra hasta las cejas. Entró alrededor de las ocho, cuando el bullicio aún era casi inexistente, y es el único cliente que queda.
  • Perdona, vamos a cerrar.
    El chico levanta la cabeza, y sonríe, como quien esconde algo. Ella le devuelve la sonrisa, algo extrañada, y observa cómo se levanta de la silla delicadamente.
    Se recoloca la gorra, y asiente.
  • Hasta otra.
    Ella lo sigue mirando con curiosidad, hasta que desaparece detrás de la puerta de cristal, mientras aún suena el tintineo de la campana que indica que alguien acaba de salir del local.


A pocos metros de allí, un chico de quince años, metido en su cama, mira la pantalla de su móvil, única iluminación de toda la habitación. En ella aparece un número, el de ella. El de esa chica que jamás le ha dedicado siquiera una mirada, esa por la que todos mueren, y que él no es menos. Un amigo suyo, mucho más atrevido y seguro que él, se lo ha dado, “obligándole” a llamarla; si no es capaz de hablar con ella cara a cara, al menos podría intentarlo por teléfono, mantener una conversación, aunque quizás ni siquiera sepa quién es. Es tan... tan especial. Es única.
Y él es un chico normal, demasiado normal, tal vez.
Nadie en quien sea probable fijarse, muchísimo menos ella, tan aclamada siempre por todos.
Sí, piensa, definitivamente, ese es, dentro de sus numerosos defectos, el peor: es demasiado normal.


A unos cientos de metros de esa habitación, la puerta de una de las casas adosadas del barrio es el escenario perfecto para la despedida de la noche de ellos dos. Ella, rubia, de piel blanca y sonrisa pícara, tiene las llaves de casa en la mano. Él, rubio oscuro, ojos claros, y una terrible confusión dentro de su cabeza, la mira. Llevan tres minutos en absoluto silencio, pero de eso ellos no se dan cuenta. Se están mirando. El tiempo, simplemente, no existe.
Él sonríe, como sabe bien, esa sonrisa segura, aunque por dentro sienta que no, que no está seguro de nada.
Ella le sigue a esa sonrisa, y se pasa el pelo por detrás de la oreja.
  • Bueno, pues será mejor que entre.
    Él asiente, tan aparentemente ajeno a la guerra mundial que se libra dentro de su cabeza, dentro de su corazón. Querer, necesitar hacer algo que tal vez sea mejor no intentar, por daños a terceros, por dudas, por cobardía. Es más fácil eso de dejar pasar día tras día, y simplemente esperar a que todo acabe. Pero joder, es que en vez de acabar, sólo hace crecer. Y sería tan fácil subir ese par de diminutos escalones que le separan de ella y besarla... Dios, lo ha hecho cientos de veces, con chicas que no le han importado tanto, o menos, o nada. ¿De verdad podemos ser tan idiotas como, cuanto más nos importa la persona, menos atrevernos? La respuesta se la dan los metros que aún lo separan de ella. Pero, si lo piensa, es que es tan difícil... es más, puede que ni siquiera ella sienta lo mismo, ¿Y qué pasaría si va y...? Lo mejor es callar, al final acabará desapareciendo esa sensación, y se reirá de todo esto.
  • Sí, es lo mejor.
    (No te vayas, por favor. Quédate, invítame a entrar, improvisa algo, prometo seguirte...)
  • Hasta mañana. -Sonríe ella-
    (Acércate. Ni siquiera sé del todo bien por qué quiero que te acerques, pero hazlo. Tal vez simplemente me sienta bien olerte, o quizás necesite agarrarte de la chaqueta y decirte que no te vayas nunca....)
  • Hasta mañana. -Sonríe él-
    Ella vuelve a regalarle esa sonrisa, esa sonrisa que son latidos, y finalmente se despide, levantando vagamente la mano.
Ha sido una buena noche, ha sido una bonita despedida. ¿Por qué se sienten así entonces? Piensan. Es fácil la respuesta: No quieren despedidas.
Las cosas están muy claras.
Con lo fácil que sería hablar sin paréntesis.


En la calle de enfrente (incluso las casas son exactamente del mismo tipo, solamente varían en que, en vez de estar pintadas de rosa, están de marrón) un anciano arrastra los pies por el oscuro pasillo de casa, dirigiéndose al dormitorio. Son las doce, y eso es todo un récord para él. Abre la puerta de la habitación, y, despacio, se sienta en la cama. Se toma su “droga” como llama él a sus pastillas, y enciende la lámpara de noche. Dirige su mano temblorosa hacia una de las fotos que hay en la mesita, de ellos dos hace muchos años. Tanto, que la foto luce color sepia. Qué preciosa era de joven. La chica más bonita del mundo. Tanto tiempo juntos, tanto, que ni recuerda un sólo día de su vida sin que ella estuviera, ni le interesa recordarlo. Esos días son sólo paja, relleno. Su verdadera vida comenzó el día que la encontró. Sonríe, suspira tristemente, y, mientras deja la foto en su lugar, coge otra, de hace apenas unas semanas. Esta se ve mejor (su nieto se la ha sacado por “los chismes esos de ahora de los ordenadores”, como llama él a las impresoras), y entre las dos fotos hay aproximadamente cincuenta años de diferencia... pero diablos, la mira, y no hay comparación. Ahora es muchísimo más bella que en aquel tiempo.
Hoy es la cuarta noche que pasa solo, ella está en el hospital.
Sabe que va a recuperarse, lo sabe.
Nadie se va a ir sin el otro.


Dicen que el amor de verdad ya no existe, que se extinguió hace mucho tiempo.
Incluso intentan explicarlo.
Que es simplemente la atracción química durante un determinado tiempo entre dos personas, y que tarde o temprano se acaba, debido a que es una situación transitoria, que el cerebro es el verdadero causante de todo.
El cerebro.


Su marido abre la puerta del dormitorio, y ella se hace la dormida. No tiene ganas de hablar, y menos de oír mentiras. Nota como él se sienta en la cama, y se mantiene durante unos segundos así, sin hacer nada, de espaldas a ella.
Finalmente se vuelve a levantar, lentamente, y se marcha de la habitación.
Ella abre los ojos, sorprendida, y mira hacia la puerta. Se incorpora, y de pronto descubre una nota encima de la cama.
Ni siquiera te ha dado por mirar en mi cajón, desconfiada”
Brinca levemente hacia el cajón de la mesilla de noche del lado opuesto, y lo abre. Dentro hay unas gafas viejas, unas gafas de pasta gruesas, y una nota.
Volvería a esperarte, volvería a aquel chaparrón sin pensármelo dos veces. Una hora, dos, toda la vida. Sin dudarlo ni por un sólo segundo. Cada día le doy gracias a Dios por aquel resfriado. Feliz aniversario. Te quiero”.
Ella ríe, y llora. Ríe, y llora, y es el cruce de sentimientos más bonito del mundo.
La puerta se abre, lentamente, y aparece él. Con sus gafas de hoy en día, mucho más finas y estilosas, con veinte años más, con su sempiterno gesto irónico... pero, si lo mira bien, no es él. Es un joven, calado hasta los huesos, delgado y nervioso.
  • Te quiero. -Recalca-
  • Te quiero. -Dice ella, asintiendo-
    Se acerca a ella, y se abrazan. Como aquel día, en la puerta de esa discoteca. Incluso parece que empieza a llover dentro del dormitorio.


Está a punto de apagar las luces de la cafetería, cuando descubre la carpeta roja, de cartón débil y gastado, encima de la barra. La carpeta del chico de la gorra. Se dirige a ella, y, dudando si hacerlo o no, finalmente la abre.
Coge el primer boceto, llamándole su atención que es un dibujo de la puerta de la cafetería, la fachada, el letrero luminoso, todo. Hecho sólo a breves trazadas, con lápiz, suave, pero a la vez idéntico a la realidad. Deja el papel encima de la barra, mientras se sienta en un taburete, cada vez más interesada. La siguiente hoja la deja aún más sorprendida: es ella, limpiando la barra. Es ella, con todo detalle... y habiendo logrado captar la tristeza que contienen sus ojos. Lo mira (se mira) un buen rato, y decide seguir avanzando en su descubrimiento. Todos los dibujos siguientes son de ella, de ella en su rutina diaria... incluso cambiando el letrero de abierto a cerrado, mirando tras el cristal al oscuro cielo, hace apenas unos minutos.
Sólo quedan tres hojas más.


El corazón parece explotarle mientras los tonos suenan, y está a punto de colgar, cuando cae en que ya es demasiado tarde. Una vez que ha empezado, aunque corte la conexión, a ella le aparecerá el número que la acaba de llamar, y entonces lo verá, y tal vez llame, y... demasiados “y”. Con un poco de suerte, ella no lo cogerá y punto.
  • ¿Sí? -Responden desde el otro lado-
Lo que se produce entonces es algo que jamás recordará bien. No sabrá cómo habló, cómo dijo exactamente lo que quería decir, cómo no se le notó el nerviosismo... cómo ella acabó la conversación diciéndole que mañana se verían en clase, y que sí, que por supuesto sabía quien era.
Que le gustaba que era diferente... tan “normal”, comparado con los demás. Que ese era su encanto.
Se recuesta, aunque duda ciertamente de que pueda dormir.
Es la noche más feliz de su vida, sería una idiotez gastar un sólo minuto de ella durmiendo.
  • Te quiero. -Susurra, a la oscuridad de la habitación-
    Quién puede saber si, en este mismo momento, una voz femenina pronuncia lo mismo a sus propias cuatro paredes.


Se para en seco, en la solitaria calle. Cierra los ojos, respira hondo, y, tras unos segundos, se da la vuelta, aligerando el paso. Cada vez quedan menos metros para llegar hasta la casa de ella, allí donde se han despedido hace unos minutos... pero ese es el problema.
No quiere más despedidas.
Acrecienta su paso tal y como se va acercando, hasta llegar a un breve trote justo antes de pararse en su puerta. Llama al timbre, y, después de unos instantes, ella abre.
Su sonrisa se amplia, muy sorprendida.
  • ¡Hola!
    Qué sonrisa más preciosa tiene, joder. Es la sonrisa más bonita del mundo.
  • Sólo te pido una cosa. -dice él, levantando el dedo índice de su mano derecha- Jamás, jamás se te ocurra dejar de sonreír.
    Ella ríe, aún más sorprendida.
  • ¿Qué...?
    Él da dos pasos, quedándose a pocos centímetros de ella, y susurra:
  • Que nunca me dejes sin esta sonrisa.
    La besa, y ella lo besa. Y sí, sigue sonriendo mientras lo hace.
  • Eres perfecta. Te quiero -Dice él, mientras agarra suavemente su mandíbula con ambas manos-
  • Te quiero. -sonríe ella, radiante, feliz-
No era tan difícil, al fin y al cabo. Sólo había que quitar los paréntesis.



El teléfono suena, y su corazón le alarma de algo que, por todos los medios, se intenta negar. Se incorpora a duras penas, y mira el número que anuncia la pantalla del teléfono. Lo llaman desde el hospital donde su mujer sigue ingresada. Respira hondo, intentando esconderse lo aterrado que está, y lo coge.
  • No me calientes el lado de la cama aprovechando que no estoy, que te conozco.
    Él ríe, ríe feliz, y ni siquiera le importa esa condenada tos que le quema los pulmones cada vez que lo hace. Que se joda la tos.
  • En unas horas estaré ahí, estos medicuchos jóvenes no tienen tanta paciencia como tú. Mañana por la mañana me dan el alta.
    Las lágrimas le caen, pero la sonrisa no se le borra. Jamás, mientras esté ella.
  • Te quiero. -le dice, cerrando los ojos con fuerza-
  • Te quiero, viejucho. -Contesta ella-
    Lo sabía, sabía que no le iba pasar nada.
    Aquí nadie se va a ir sin el otro.
    Le da la vuelta al antepenúltimo dibujo, y no puede creer lo que sus ojos descubren. Es ella, rodeada de astros y cometas, sentada en la estrella más brillante jamás vista. Sonríe, y ya no existe esa tristeza en sus ojos.
Casi temblando, levanta la penúltima hoja... y esta vez la dibujada no es ella.
Es el chico, con la gorra hasta las cejas, con las manos puestas sobre la persiana del local, sonriendo, mirando dentro.
Con el corazón a punto de estallar, se gira, y observa, de forma real, lo visto un segundo antes en una hoja de papel. Ahí está él, esperándola. Como siempre ha hecho.
Ella sonríe, ilusionada, sorprendida, feliz... ni siquiera se da cuenta de que tira la carpeta al suelo mientras corre hacia la puerta, abriéndola rápidamente, y abrazándolo.
En la oscuridad total del local, la última hoja ha caído en el suelo recién fregado, en el que se puede ver, dibujado, la escena del abrazo que ahora mismo se está produciendo entre ellos.
Fuera, él sonríe, y le da su último y más bonito dibujo: un folio en blanco.
Ella sonríe también, y lo entiende todo.
Es el retrato de su tristeza, esa que tan agónica era hace apenas media hora.


Dicen que el amor de verdad ya no existe, que se extinguió hace mucho tiempo.
Incluso intentan explicarlo.
Que es simplemente la atracción química durante un determinado tiempo entre dos personas, y que tarde o temprano se acaba, debido a que es una situación transitoria, que el cerebro es el verdadero causante de todo.
El cerebro.


Kristian Anderson murió con treinta y seis años, después de luchar ferozmente contra un cáncer de intestino. Un año antes de su muerte, como regalo de cumpleaños a su mujer, realizó un vídeo para agradecerle, por medio de carteles con frases, todo su apoyo incondicional, su fe, su amor. Hoy en día el vídeo lo han visto más de medio millón de personas, y se le considera la declaración de amor más bonita del mundo.

Decidle a él que el amor no existe.

Decídselo a su mujer.

No soy médico, ni psicólogo, ni científico, pero decidle a ese niño que no está enamorado, que es ”su cerebro”, que ha liberado no sé qué durante un determinado tiempo. Decídselo a ese matrimonio que lleva décadas juntos y se quieren como el primer día, a ese chico y esa chica que luchan contra todo para estar juntos, a esos ancianos que no conciben su vida sin el otro al lado... decídselo a esos dos jóvenes que supieron que, una tristeza más otra tristeza, da lugar a ninguna.
Si queréis encontrarlos, creo que ya están en camino, a punto de llegar a la Luna.

La ciencia no tiene por qué estudiar al amor, el amor es mucho más que una ciencia.
Por el cerebro, dicen. Menuda gilipollez.



2 comentarios:

  1. En fin... he leido mucho tuyo,diría que, si no todo casi todo, al menos lo mejor. Y hay veces que igual que algunas expectativas han sido mas altas, otras muchas has conseguido sorprenderme gratamente, en este caso se me queda bastante grande todo lo que acabo de leer, no sé si por conocer la inspiración, por conocerte a ti, por sentirme identificada en mas de uno de esos sentimientos, quizas sea por la piel de gallina mientras leía alguno de los párrafos o simplemente sea porque sin duda alguna es la obra más maravillosa que te he leido hasta el dia de hoy.
    Como tu bien has dicho al principio solo pueden sentir aquellas personas que han amado en cualquiera de sus formas..el resto no tiene ni que molestarse en leerlo.
    Gracias y enhorabuena, te quiero

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  2. Me ha parecido estar viendo una pelicula coral de personajes maravillosos. Tienes un don especial para describir personajes y dotarlos de sentimientos con pocas palabras. Enhorabuena y aquí me quedo para leerte.

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