- Tengo miedo
Dijo,
girando la cabeza y mirándome a los ojos. Y a pesar de que se le
adivinaba en los suyos, una sonrisa inocente decoraba sus labios.
Me
tenía al lado, y sólo eso le bastaba.
Yo
la miré, y en ese momento sentí miles de sensaciones a la vez…
aún las recuerdo todas.
Sí,
a pesar de que no me acuerde ya ni de qué hice ayer, y me mire al
espejo, cada vez me guste menos, y sienta que el niño aquel se va
con una velocidad que aterra, todavía recuerdo con absoluta claridad
cada sensación de ese momento; porque yo era su faro, y eso, a la
vez que me producía vértigo, una enorme responsabilidad, y por
supuesto miedo, como a ella, también me producía felicidad… esa
felicidad que, por más que he intentado encontrar después, me
resigné hace tiempo a pensar que se quedó allí, en aquella época,
en aquella tarde, en aquellos niños.
- Todos tenemos miedo... –Sonreí, como quien finge tener veinte años y saber de qué va la vida- …pero para eso estamos juntos, ¿No?
Una
lágrima, una sola, resbaló sobre su mejilla. Sólo esa se permitió
dejar escapar. Cayó al césped en el que estábamos tendidos, y
desapareció entre la hierba.
Su
mano agarró la mía, y suspiró.
- ¿Siempre? -Sonrió-
Entonces
la miré a los ojos, y supe que lo decía de verdad. Que aunque
apenas estuviéramos empezando a vivir y no supiéramos nada, aunque
creciéramos y algo cambiara por lo que fuera, en ese momento me
decía eso con toda su alma, con absoluta certeza, con seguridad.
- Siempre. –Sonreí yo-
- Ayer otra vez igual ¿Eh? Por cierto, qué frío hace, cojones.
Salgo
de mis pensamientos, y me vienen los años de golpe, las canas, los
dolores. Miro hacia mi derecha, de donde proviene la voz. Un chico,
de unos diecilargos años, asiduo también a esta misma parada de bus
cada mañana, me habla, señalando el diario deportivo que tengo bajo
mis manos. Lleva un grueso chaquetón, y un gorro que le llega justo
a las cejas.
- Pues sí, para variar -contesto-
- Estoy empezando a pensar que todos los lunes son demasiado iguales. Siempre nos vemos después de una derrota. -dice sonriendo, y se sienta a mi lado-
Asiento,
con la mirada perdida, y sus últimas palabras se niegan a dejar mi
mente.
- Aunque, si siempre ganaran… también los lunes serían iguales ¿No?
Me
mira, y sonríe.
- Sí, pero estaríamos felices. ¿A quién le importaría entonces que fueran iguales o no?
Vuelvo
a asentir, y le dejo el periódico para que le eche un vistazo a esa
dolorosa derrota de nuestro equipo ayer por tres a cero.
“Sí,
pero estaríamos felices. ¿A quién le importaría entonces que
fueran iguales o no?” Sigue sonando en mi cabeza.
Obvio,
acabo diciéndome.
Sí
que hace frío hoy, sí. Más que de costumbre.
Será
que es lunes, y los lunes siempre le cuesta a uno arrancar la semana,
sobre todo si son las siete menos cuarto de la mañana y hace frío,
sobre todo si un joven al que ves cada día empieza a llamarte de
usted sin darte cuenta… sobre todo si cada día es como un lunes en
el que la noche anterior tu equipo ha sido goleado.
- Perdone, ¿Sabe a qué hora llega exactamente el bus?
Una
mujer, de unos treinta y pico, me habla desde el otro extremo de la
parada.
- A las siete en punto, en teoría. Pero siempre se retrasa.
Ella
asiente.
- Es que casi nunca
paso por aquí, y me pilla un poco despistada.
- No se preocupe.
–Sonrío-
Toma
asiento finalmente, sentándose al lado del chico, y a su vez
dejándolo en medio de los dos.
Ayer
soñé de nuevo con aquel día, con aquellos días.
El
tiempo pasó, y supongo que nadie estamos exentos de sufrirlo. Yo, al
menos, no lo estuve. A veces me gusta pensar que ella sí, y que el
tiempo la ha hecho completamente feliz. Otras, más egoístas y
rencorosas, pienso que, si yo no he vuelto a encontrar la felicidad,
espero que la suya se quedara en el mismo sitio que la mía.
- De verdad, sé que ahora no me puedes creer, pero lo hago por los dos.
Habían
pasado cuatro años desde aquella tarde en que me dijo que tenía
miedo, habíamos vivido mil tardes más allí, nos habíamos visto
crecer, hacer mil promesas... pero, por lo visto, al cumplir los
dieciocho y tener planes de estudios en otras ciudades a uno se le
quita todo ese miedo, esa tontería… aunque sigo preguntándome por
qué a mí no, por qué a mí jamás se me quitó, si yo crecía como
ella, si yo tenía exactamente los mismos planes.
- Necesitamos encontrar cosas diferentes, descubrir otros sitios… sé que nos irá bien a ambos. -Sonrió-
Me
había citado, en el mismo parque donde siempre quedábamos, pisando
el mismo césped que un día nos vio tendernos sobre él y
prometernos que siempre estaríamos juntos, para decirme que era hora
de seguir el camino por separado.
- Yo no necesito otra cosa que no seas tú. –Le dije, sin querer parecer que estaba suplicando, pero sin poder evitar que esta vez fueran mis ojos los que lloraban-
Pero
su gesto era sonriente, como quien sabe que de verdad está haciendo
lo correcto.
- Jamás se me olvidará este tiempo contigo, jamás… pero créeme, algún día me lo agradecerás.
Veinte
años han pasado, veinte. Aún no sé cuando coño va a llegar ese
supuesto día en que se lo tenga que agradecer.
- ¿Ya no tienes miedo? - Le dije mientras la veía alejarte-
Se
giró, derramó una sola lágrima, como aquella vez, y sonrió.
- Nunca he dejado de tenerlo.
Un
año después la volví a ver. Ni siquiera sé si ella me vio a mí,
supongo que no. Estaba a punto de entrar en la veintena, y era aún
más increíble que la última vez; y sí, todo lo que me dijo en
aquella despedida se cumplió… sólo que por su parte nada más.
Alguien la acompañaba, y, la verdad, el rápido repaso visual que le
hice me bastó para saber que a simple vista me ganaba absolutamente
en todo.
Ella
se había olvidado. Se había olvidado de todo. Y ahí me quedaba yo,
pensando, por un lado, que no tenía sentido seguir sufriendo, y por
otro, que fuera así o no ya era tarde… jamás me iba a olvidar de
ella, lo mereciera o no. Jamás.
Ella
haría su vida, y simplemente recordaría su adolescencia y al ser
que la acompañó en ella con cariño, sabiendo que fue feliz, pero
que solamente fueron niñerías, típicas relaciones adolescentes,
mientras que yo viviría mi vida entera con esa despedida clavada,
renunciando a todo, renunciando a pensar que eso existía de verdad,
que había personas que no se cansaban, como se había cansado ella.
Miro
a mi izquierda, y observo a la mujer, que mira al frente, con la
mirada perdida. El corazón me late rápidamente, y es que, si fuera
valiente, si aún no se me hubiera olvidado cómo era eso,
seguramente le hablaría, y le diría que se parece increíblemente a
una niña que conocí una vez.
La
observo, cada vez con más atención, con más agobio, con más
agonía. Sus ojos, sus rasgos, aún estando callada y seria, sus
labios… tan sólo le falta una lágrima, una sola lágrima
recorriéndole la mejilla, para no dudar de que es exactamente igual
que aquella niña.
Me
gustaría decírselo, me gustaría decirle que le agradezco, aunque
no haya hecho nada por ello, que hoy mi corazón haya latido de
nuevo. Me gustaría decirle que me recuerda a alguien, a la única
persona que este corazón reconoce, que sus labios son iguales a los
de esa niña, cuando me sonreía y me decía que estaríamos juntos
para siempre, que sus ojos son los mismos que aquellos que un día me
miraron con infinita inocencia e ilusión… que su rostro es
demasiado parecido al de una adolescente que marcó mi vida para
siempre.
Pero
no, no puede ser la misma. No puede serlo, porque esa niña estaba
llena de vida, de ilusiones, de confianza, y este rostro que ahora
mismo observo no tiene nada de eso. Es bello, a más no poder, pero
miro sus ojos y no veo ese brillo que veía en los de ella, miro su
gesto y no encuentro ni un solo resquicio de esa felicidad que obtuvo
junto a mí.
…Pero
qué bella es, a pesar de todo.
El
autobús llega con su traqueteo incesante, y se para justo delante de
nosotros, abriendo sus puertas para que los tres pasajeros que
estamos aquí sentados nos subamos a él.
El
chico se levanta, y lo observo subir, a paso ligero.
Después
de unos segundos, el vehículo cierra sus puertas, y sigue su camino,
dejándome aquí con el corazón petrificado, exactamente en la misma
posición en la que me senté, con la mirada perdida.
La
mujer sigue a mi lado, en idéntica posición.
El
autobús, ese que jamás he perdido en años, se ha ido sin mí.
El
autobús, ese que ella buscaba hoy, encontrándose en un sitio donde
no suele, se ha ido sin ella.
De
nuevo miro su rostro, y aunque es extremadamente precioso, sé que no
es el de aquella niña.
Ya
no lo es.
- Me equivoqué. –Dice esa mujer, a la que no conozco de nada- Creí que lo hacía bien… pero me equivoqué.
No
hablo, no contesto, no gesticulo.
Se
levanta, y me mira a los ojos, con una lágrima, una sola lágrima,
la única que se permite dejar escapar, resbalando por su mejilla.
- Supongo que jamás dejé de tener miedo.
Giro
lentamente la cara, y la miro a los ojos, sin sorpresa… sólo con
dolor, aunque mi rostro no lo demuestre.
- Un día nuestro equipo dejará de perder, y ganará todos los domingos… y entonces no importará si todos los lunes son iguales. Porque a nadie le importa que los días se repitan, mientras sean felices.
La
mujer desconocida hace un gesto de no entenderme.
- Yo también tengo miedo. –Digo, levantándome del asiento, con un dolor en las costillas desesperante.
La
miro a los ojos, y añado:
- Nunca dejé de tenerlo.
Le
toco la mano a modo de despedida, y con solo ese leve contacto,
vuelvo a tener quince años, aunque sea por un sólo segundo más en
mi vida.
- Todos tenemos miedo, señora.
Le
digo, mientras comienzo a caminar lentamente.
Hoy,
por primera vez en muchos años, haré mi camino andando.
Porque
mientras siga haciendo lo mismo cada día siempre será lunes,
siempre hará frío, siempre me llamarán de usted… siempre perderá
mi equipo.
… y
eso algún día deberá cambiar.
- Tengo miedo.
Dijo
esa niña, girando la cabeza y mirándome a los ojos.
Yo
la miré, y en ese momento sentí miles de sensaciones a la vez…
aún las recuerdo todas
- Todos tenemos miedo. Pero para eso estamos juntos, ¿No?
- ¿Siempre? -Sonrió-
Entonces
la miré a los ojos, y supe que lo decía de verdad. Que aunque
apenas estuviéramos empezando a vivir y no supiéramos nada, aunque
creciéramos y algo cambiara por lo que fuera, en ese momento me
decía eso con toda su alma, con absoluta certeza, con seguridad.
- Siempre.
SIEMPRE me sorprendes
ResponderEliminarEs un relato precioso, chico. A veces creo que nos engañas a todos y tienes muchos más años de los que dices ;)
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