miércoles, 5 de octubre de 2011

Nada de Nada

"He cometido mil errores, y jamás me arrodillé. He fracasado tantas veces, pero siempre lo intenté.Si me duele yo me aguanto, nunca me verás llorar. Sé que a otros hice daño, pero el que yo en mí sentí, nunca lo sabrás."

Viviré.



Apoyo ambas manos en los extremos del lavabo, con los brazos tensionados y la cabeza gacha, preguntándome por qué no me tiembla el pulso, ni siquiera un poco, mientras siento aún el agua resbalar desde la nuca hacia el cuello, para acabar cayendo en numerosas y continuas gotas en el interior del lavabo.
Miro de reojo la camiseta recién quitada, tirada en el suelo, pero rápidamente pierdo el interés en ella, y vuelvo a fijar la vista en el interior de la cerámica blanca.
Me fijo en el borde izquierdo, donde tengo el hilo y una aguja, y mi vista se va hasta la parte derecha, donde hay una cuchilla azul, de esas corrientes de usar y tirar, y me pregunto sin darle demasiada importancia cuánto tiempo llevará en ese lugar.
Hace tiempo que llevo la barba de cuatro días, que no me gusta verme la cara sin nada de vello, que es mi protección, así que no tengo ni idea de qué pinta eso ahí.
Todas estas cosas pasan por mi cabeza sin saber que son excusas: el agua, el fijarme en la cuchilla, el estar tanto rato en silencio… sólo excusas para no pensar en lo ha ocurrido… pero todo a su tiempo.
Que yo también necesito treguas.
Ni siquiera estoy seguro de poder mirarme en el espejo, pero cuando alzo la cabeza y me encuentro con ese que tengo enfrente, me doy cuenta que sí, que puedo sostenerle la mirada perfectamente, aunque cada vez lo reconozca menos. Y al mirarlo a él, recuerdo de nuevo los últimos ojos que se han fijado en los míos, azules cristalinos, intentando descubrir en mi mirada algo que, a estas alturas, es imposible de descubrir, porque no existe.
Decepción, creo que ha sido la palabra que más repetían esos ojos. Incredulidad mientras me miraban incomprensivamente, pensando por qué, por qué no le respondía, por qué no me defendía, por qué sólo guardaba un insoportable silencio. Pero yo los miraba, y, aunque me sentía mal por ellos, por ella, a la vez no se movía nada dentro de mí… sólo estaba ante una chica guapa, preciosa, si me apuras, pero nada más. Me daba igual su corazón, sus sentimientos, sus palabras.
Y aunque ha habido un momento que he pensado por qué, cómo he llegado a eso, el vacío interior me ha hecho ver que no tenía sentido seguir dándole vueltas… cada vez tengo menos dentro.
Ella creía que no. Craso error.
Ella creía que tras mi sonrisa aún se escondía algo, quizás un corazón magullado que prefería ponerse coraza y hacerse el duro, que, haciéndome ver lo que era ella, por fuera y por dentro, podría conseguir que sintiera… pero no, ya es tarde.
Mi mirada no es imperturbable porque tenga nervios de acero, lo es porque no guarda nada dentro.
Y si te lo preguntas, sí, he sentido… pero no todas son ella, encanto.
Y, antes y después de ella, se cerró el capítulo de sentimientos en mi vida.
Porque ella no es ninguna.
Así que ahí me quedé, viéndola derramar lágrimas, pensando irónicamente lo preciosa que era en ese estado, y sin tener ni una palabra para consolarla… en realidad, ni siquiera me importaba demasiado.
Ahora sólo miro a ese puto espejo, y sé que no me temblará el pulso a la hora de coger el hilo con los dientes y coserme puntada a puntada las heridas que se han vuelto a abrir. Sólo hay que aguantar el dolor por un tiempo, mientras se cose, y esperar a que cicatrice, porque lo hará.
Siempre lo hace.
Y ya está.
Yo seguiré siendo el que soy desde hace tiempo, sólo que aún más seguro, aún más egoísta, aún más egocéntrico, y volveré a salir ahí fuera.
Cada vez es más así. Las heridas van cerrándose, mientras que yo voy abriendo otras a ojos inocentes.
Ya está, cosido. No se ha derramado tanta sangre, ni siquiera me ha hecho falta demasiado hilo.
Miro a ese con barba de cuatro días y gesto impertérrito, que me mira sin pestañear. No hay vergüenza, ni excusas. Sólo hay, ahora, más egoísmo. Eso es todo.
“Ella no debió creer en mí. Fue su culpa”
Le digo en voz alta, y suena convincente.
Cojo todo lo sobrante y lo tiro por el retrete, mientras me pongo la camiseta para tapar las viejas cicatrices, y la herida recién cosida.
No puedo evitar hacer un gesto de dolor al sentir el contacto de la ropa con los puntos, pero sólo eso me permitiré.
Tengo la camiseta puesta y no se ve nada de debajo, menos aún de dentro.
Sigo siendo yo. De hecho, soy más yo que nunca.
Y aquí no ha pasado nada.
Nada de nada.

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