lunes, 3 de octubre de 2011

La Realidad

Relato antiguo que, después de "sacarlo del cajón" una de las personas más cercanas a mi vida, me hizo releerlo hace algunos días y bueno, aunque técnicamente no llega al nivel de otros, ese diálogo, esas ironías... esa realidad, había que volver a vivirla.
Quizás ya no sea mi idea de escribir... pero viene bien recordarla, aunque sea de vez en cuando.


"Nunca he dejado de quererte, ni siquiera cuando te odiaba."  Un dulce verano.


No aguanta ni un segundo más aquí dentro. Acaba de mirarse en el espejo, y ni siquiera se ha reconocido. ¿Peinado? Con lo que le gusta a él darse vueltas y vueltas en el pelo hasta tener el despeinado perfecto. ¿Camisa? ¿Chaqueta? Por favor, parece que va disfrazado, aunque, también es verdad, dos chicas de la fiesta (futuras damas de honor, supone) le han entrado con unas excusas bastante sospechosas, así que no se verá tan mal, después de todo.
Un amigo suyo ha dado una fiesta en su casa, celebrando que se promete con su novia y que dentro de unos meses se casará, así que aquí está, fingiendo que le envidia, y pensando si sería de buen amigo decirle que para nada cree que esté haciendo lo correcto, es más, que lo ve como un gran error… aunque, francamente, tampoco cree que le hiciera mucho caso.
La gente sólo ve la realidad cuando está preparada para verla.
Mira la hora, y ve que ya es suficientemente tarde como para poder irse por voluntad propia, es decir, sin que nadie piense que no le ha gustado algo, que tenía prisa y ha venido por cumplir, o que es por ella, y, vaya por Dios, su huída tiene bastante de las tres.
Encamina el paso hacia la puerta de salida, y justo antes de abrirla, la ve al fondo, con él. Sí, qué ironía verse en éstas, pensando cómo su amigo puede dar ese paso, cómo puede estar tan condenadamente loco, pero él, cuando estuvo con ella, también lo soñó. Lo soñaron.
Estuvieron juntos unos meses, no mucho más, pero lo suficiente para que se dieran cuenta de que juntos podían con todo, para ilusionarse hablando del futuro, primero dejándolo caer medio en broma para ver qué tal reaccionaba el otro, y luego planeando hasta el último detalle, viendo ojos que brillaban exactamente igual que los propios ante esa posibilidad.
Iban a todos sitios juntos, siempre estaban de mimos… en fin, lo que viene siendo una pareja pastelosa en toda regla. La quería, claro que la quería, hasta que la realidad (esa que antes comentaba que la gente sólo la ve cuando está preparada para verla) le hizo saber que nada es para siempre, que con esa actitud de ilusos sólo harían pegarse una buena, y poco a poco se empiezan a ver fallos, reproches, desencuentros, enfados… todo se va alejando de esa perfección, hasta que se acaba de una forma tan diferente como la de ellos. Él, reconvertido en un ligón experto de sólo meses de entreno, el perfecto chico frío, calculador, pero a la vez galán para conquistar a mujeres de las que se olvida justo al amanecer, y ella con otro chico, volviéndolo a intentar, o eso parece desde lejos (ni siquiera se hablan, y cuando lo hacen es para volver a enfadarse), con alguien que no sabría decir por qué, pero está seguro que no es perfecto para ella… aunque claro, el único ser perfecto que considera para ella es al que ve cada día en el espejo.
Así que ahí están, hablando sabrá Dios qué, la pareja perfecta, a ver cuánto duran.
Sacude la cabeza en señal de incomprensión, gira el pomo de la puerta que sostenía desde que los vio en el fondo, y sale.
Camina por el corto pasillo del rellano, coqueto y lujoso, y pulsa el interruptor de uno de los dos ascensores, que indica que va a comenzar a subir.
Uno, dos….
¿Y si bajara las escaleras? Ni de coña, está él para eso, desde un sexto piso. Aquí espera así se caiga el edificio.
Tres, cuatro….
Oye una puerta abriéndose detrás de él, y piensa que ya tiene que ser casualidad que en este momento exactamente haya salido alguien de la fiesta también, como si no hubiera habido noche. Y, si la suerte no se alía con él (hace años que no lo hace, ¿Por qué lo va a hacer ahora?) y da la coincidencia de que es alguien de otra casa, no le quedará más remedio que bajar con esa persona seis condenados pisos, y esos segundos silenciosos le serán eternos, mirando al techo del ascensor como si no hubiera visto nunca uno, o peor, hablando de lo felices que se les ha visto a la pareja, qué bonita fiesta, qué bien preparado todo.
Cinco, y seis.
La puerta se abre.
-         No le vayas a dar aún.    –Se oye una voz-
No, no hará falta hablar ninguna de esas cosas que tanto le preocupaban hace unos segundos, y no precisamente porque haya tenido la suerte de que sea una persona de otra casa.
Sí que es de esa. Pero no, no tendrá que preocuparse por eso.
Ella se pasa el pelo por detrás de la oreja, mientras que parece buscar algo en el bolso, y se mete en el ascensor con él, sin alzar la cabeza siquiera.
La puerta del ascensor se cierra.
Y es jodido que se cierre, porque, aunque no se lo admitiría jamás, este espacio tan cerrado y ella tan cerca hace que la huela, y otra puñetera casualidad es que no haya podido cambiar de perfume en este tiempo, así que de nueva le inunda esa fragancia que tanto reconocería de ella, ese olor tan característico que se quedaba en su camiseta cuando habían pasado la noche juntos, ese aroma que, cuando volvía de llevarla a casa, corría a dormir para volver a disfrutar aún impregnando su almohada… todas esas cosas que hace tiempo que ahora se las apropia otro.
Silencio. Jodido silencio.
Cinco.
¿Ni siquiera van a hablar una palabra? Bueno, mirándolo por un lado optimista, la verdad es que ella se ha dirigido a él cuando estaba esperando el ascensor… “claro, porque sino se tenía que esperar” se responde a sí mismo, entre divertido y enfadado.
Cuatro.
La mira de reojo, pero no parece que ella esté por la labor de alargar mucho esa tensión.
Tres.
Un sobresalto les hace desestabilizarse, la luz del ascensor se va, la musiquilla que sonaba se deja de oír… y a los pocos segundos vuelve, aunque no la música, ni el funcionamiento del ascensor.
-         Perfecto.    –Protesta ella, y comienza a darle a todos los botones, cada vez más fuerte-
Él la observa un rato, mientras ella no parece querer detenerse.
-         Si le das más fuerte igual sí funciona.
La chica se detiene, lo mira de reojo, y sonríe irónicamente.
-         Veo que sigues tan divertido como siempre.
-         Se intenta.  –Contesta, inclinando la cabeza hacia su hombro, restándole importancia-
-         Pues ha salido la noche perfecta.  –Dice ella, dándose por vencida, mientras saca su móvil del bolso-   No tiene cobertura, mira tú a ver, anda.
-         No tengo.   –Dice él, sentándose en el suelo y apoyando su espalda contra la pared del ascensor.-
-         ¿Cómo lo sabes si no lo miras?
-         Que no tengo el móvil aquí.
La chica resopla, y mira al techo… bueno, en eso sí que había acertado.
-         ¿Hasta cuando nos quedaremos aquí?
-         ¿Me ves cara de futurólogo?
-         No, eso seguro que no, desde luego.
-         Lo mejor que puedes hacer es sentarte… tarde o temprano alguien saldrá de la fiesta, y se dará cuenta de que uno de los ascensores está estropeado.
-         Si no coge el que sí que funciona y se olvida de todo.
-         Pues si es así, nos moriremos aquí y ya está. –Sonríe irónicamente él esta vez-
Media hora después….
Siguen en el mismo lugar, él sentado en la misma posición que al principio, con las suelas sobre el suelo, apoyando las muñecas sobre sus rodillas, y la espalda en la pared lateral derecha, y ella hace unos minutos que hizo lo mismo, con las piernas juntas y flexionadas, apoyando la espalda en la pared central, habiendo una cierta distancia entre ellos a pesar del lugar tan estrecho.
Desde que él pronunció la última frase no ha habido una sola palabra más.
De repente, él se levanta, y se quita la chaqueta, mientras se desabrocha un botón más de la camisa.
-         Qué haces.   –dice ella, sorprendida-
-         Tranquila que me podré controlar las ansias de hacerte mía, no te preocupes.
Ella sonríe, habiéndole hecho gracia la respuesta, aunque no quiere hacerlo, y mira hacia la única pared solitaria, la de la izquierda.
El chico se vuelve a sentar, y la mira… ahora sí puede, que ella está mirando hacia el otro lado. Ahora puede bajar la guardia, puede pensar que la tiene tan cerca… tan cerca, quién se lo iba a decir.
De repente ella se vuelve, y él se apresura a quitar la mirada.
-         Tú y yo, en la misma habitación, a solas, más de media hora ¿Eh?             –Sonríe ella-
-         Porque no podemos evitarlo, que si no…
-         Supongo.  –Contesta, estirando los labios hacia abajo para acabar encogiéndose de hombros-  Pero bueno, no nos hemos tirado nada a la cabeza aún.
-         Vaya que rebote y nos dé a nosotros mismos.
-         ¿Vas a contestar cada cosa que te diga?  -Le pregunta ella, aunque su tono es mucho más suave que al principio… casi de complicidad, de dos personas que disfrutan picándose-
Él alza las palmas de las manos en señal de pedir perdón.
-         ¿Has venido solo?
Él la mira abriendo los ojos, sorprendiéndose de la pregunta ante la obviedad de la respuesta.
-         A ver, que si tienes a alguien.
-         No, no la tengo. Ni quiero.
-         No siempre fue así.
-         Ya ves, de todo se aprende.
Ella asiente, sin responder.
-         Y a ti qué tal te va.
Pregunta él, aunque la verdad no quiere saber para nada cómo le va. No quiere que le diga lo que se aman, lo que se quieren, sus planes… no quiere saber nada de nada.
Ella sigue sin responder.
-         Oye.   –Le vuelve a decir-
La mira, y ve cómo las lágrimas le caen por la mejilla, negras a causa del rimmel, mientras su mirada se fija en el vacío.
-         No me va.  –Lo mira-  Hace aproximadamente unos cuarenta y cinco minutos que no va de ninguna forma.
-         ¿Y eso?
Ella se vuelve a encoger de hombros.
-         No va, poco más hay que decir. Así que nada, mañana, de nuevo, a comenzar de cero otra vez, con menos ganas, con menos fuerza, con menos esperanza….
-         Ahora lo ves así, pero pasará el tiempo y no lo verás tan negro.
-         No es que te vea a ti con muchas ganas de querer lo que querías.
-         Pero porque yo decidí no quererlo más. Tú que sí lo quieres lo has vuelto a intentar, y tarde o temprano te volverás a ilusionar.
Duda si hacerlo, pero finalmente avanza los metros que le separan de ella, entre arrastrando el trasero y medio en cuclillas, y se sienta a su lado, mientras le pone su chaqueta por encima.
-         Creí que sería para siempre.
Dice ella, mientras, para la tremenda sorpresa de él, apoya la cabeza en su hombro.
Él sonríe al oír eso, mientras un viejo dolor le vuelve.
-         Siempre se cree uno que es para siempre.
-         ¿Tú lo creíste conmigo?
Ahora el que no responde es él.
-         No sabes cómo agobia ver que me equivoco una y otra vez… que cada vez soy más tonta, que cada vez creo cosas más inverosímiles.
-         Tú no eres tonta.
Ella alza la vista para tenerlo en su ángulo de visión, aunque no despega la cabeza del hombro del chico.
-         Quizás un poco, pero no mucho.
La chica le golpea con el puño con el que sostiene el cleenex, y él no puede evitar sonreír, porque ella no lo ve desde donde está, y porque jamás soñó con volver a estar así con ella.
-         En serio, lo que te quiero decir es que a lo mejor ese chico no es para ti, y uno sólo puede ver la realidad cuando está preparado para verla.
Ella no contesta.
-         Así que…  -Sigue hablando él-  …no me cabe ninguna duda de que, tarde o temprano, aunque a lo mejor en ese momento ya ni te lo esperes ni lo busques, llegará esa persona, y entonces comprenderás que ese chico es para ti.
-         ¿Y para ti no?
-         Pues supongo que también, aunque, a diferencia de ti, yo ya ni la busco ni la espero.
-         ¿Por qué? ¿Tan harto acabaste después de estar conmigo?
Tan harto, dice, piensa él. Tan harto no, tan asustado, tan herido de haberla amado tanto, que tan sólo la idea de volver a querer a alguien la mitad de lo que la quiso (quiere) a ella ya se echa a temblar. Si no da lugar a amar, no ama, y entonces sufre menos. Así de tristemente lógico.
-         Es por muchas cosas, pero no estamos hablando de mí. Sólo quédate con mi sincera opinión de que más pronto que tarde volverás a tener eso que necesitas, y estoy seguro de que esa vez será para siempre. En cuanto a ese chico… es pasado, olvídalo.
-         Porque lo pasado se olvida, ¿No?   -Contesta ella-
-         Claro. Lo pasado se olvida.
Ella separa la cabeza del hombro de él, y lo mira a los ojos. Está tan increíblemente preciosa… aunque tenga el rimmel levemente corrido, y la nariz roja de haber llorado, es lo más precioso que jamás vio.
La tiene tan cerca… su cara, sus labios, su respiración, todo aquello que hace tanto que dio por seguro que jamás podría volver a disfrutar.
-         ¿Lo pasado se olvida?  -le vuelve a preguntar, susurrando-
Él traga saliva, sabiendo que no, qué coño se va a olvidar lo pasado. Al menos, no si el pasado es preciosa, morena, delgada y única. Eso quisiera él.
No contesta, y ella finalmente sonríe, como cuando se besaban, y entonces ella le mordía el labio, él se quejaba y ella se quedaba así, exactamente igual, a la misma distancia, y con esa misma sonrisa.
Vuelve a apoyar la cabeza sobre él, esta vez sobre su pecho, y se acomoda, mientras cierra los ojos, y respira profundamente.
Ahí se queda él, en silencio, mirando al vacío… y en ese momento, la mano de ella coge la suya.
Y él sonríe, sonríe sinceramente, como nunca ha vuelto a hacerlo desde que la perdió, y aunque se mira las manos quemadas, y le duele el roce con las de ella, no le importa… porque esas manos están así de quemadas de haberse agarrado a ese clavo ardiendo durante tanto tiempo, a sobrevivir únicamente por vivir sujetando ese clavo que ardía con todas sus fuerzas, aunque ni fuera consciente… ese clavo de volver a estar así con ella, aunque hubiera una posibilidad entre mil millones.
Quizás pasen unos minutos hasta que alguien se dé cuenta que están ahí atrapados, quizás pasen la noche entera, quizás les abran mañana, ya de día.
Que no tengan prisa por sacarlos de allí. Para nada.
La mira, mientras parece ser que ella se duerme, con su mano sobre la de él, y sonríe.
Y es que la gente sólo puede ver la realidad, cuando está preparada para verla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario