martes, 18 de septiembre de 2012

Redención


Las gotas de lluvia golpean ferozmente contra el cristal de la ventana, en forma de amenaza. No es de esas ocasiones en la que la lluvia es plácida, como una suave sinfonía, una orquesta donde todo suena a la perfección.
Esta vez caen como si fueran pequeñas bombas venidas directamente del cielo, sin que su intención sea otra que quebrar el cristal e inundar la habitación.
Tal vez sea una gota por cada persona que dañó, una gota por cada dolor que causó.
Está sentado a los pies de la cama, con los codos sobre las rodillas, y las escuálidas y huesudas manos entrelazadas. La gabardina grisácea y vieja tiene un color aún más oscuro, casi negro, tras haberle caído toda la lluvia encima, y de vez en cuando incluso le siguen cayendo gotas de su gran bigote canoso.
Respira agitadamente, aunque de eso él no se da cuenta.
Él solamente escucha la lluvia amenazarle, en esta fría y cutre habitación de motel de carretera, y sabe que para él ya no hay redención.
La pidió, Dios sabe que la pidió... pero, cualquiera que la oyera, si es que alguien lo hizo, la obvió completamente.
Demasiado daño causado durante demasiado tiempo como para que todo sea perdonado de repente, ha terminado por pensar.
Medio siglo de vida intentando hacerlo bien y cada vez haciéndolo peor, viéndose envuelto en situaciones en las que nunca supo cómo acabó exactamente, pero desde luego, ninguna inmerecida.
El día que deba ponerse delante del Altísimo, simplemente, lo mirará a los ojos, y le dirá, con toda la sinceridad que cabe en su alma, que no supo hacerlo mejor. Cuando no hay más que un camino posible para respirar, para comer, para vivir, simplemente te dispones a seguir recorriéndolo cueste lo que cueste, sin pararte a pensar que no es el mejor, o el más seguro. Sólo caminas, porque sabes muy bien que hay gente detrás que, en cuanto te vea dubitativo, te va a dar un empujón para adelantarte.
Suspira, y esta vez sí se da cuenta de ello.
Hacía años que no suspiraba.
Si alguna vez tuvo un atisbo de vida normal, hace tanto de ello que ya ni recuerda si de verdad fue así, o simplemente lo ha imaginado tantas veces, su cerebro, sus venas y su alma han pasado por tanto, que ya confunde realidad con ficción.
Tal vez sí, tal vez, después de todo, hubo un día alguien al que le preocupó su vida, alguien que intentó darle algo mejor. Lo que más se condena es no poder recordarlo siquiera, pero, si así fuera, ahora, desde esta solitaria y húmeda habitación, le agradece con lo poco que le queda de alma su dedicación y empeño.
Le gusta pensar que no es una mala persona. Y no, no lo hace por sentirse mejor, ni por ser victimista, ni por eludir responsabilidades.
Sabe que la inmensa mayoría de cosas que le han ocurrido en su vida son merecidas, tal vez involuntariamente, pero merecidas, pero eso no le quita para pensar que no es malo. Quizás se ha equivocado muchísimas más veces de lo que se le puede permitir a un ser humano, y, si así fuese, su penitencia lleva pagando y seguirá haciéndolo el resto de su vida.
No supo hacerlo mejor.
Apoya la palma de las manos en sus rodillas para ayudarse a levantar con tremendo esfuerzo, sintiendo cómo le tiembla hasta el más mínimo músculo de su diminuto y maltratado cuerpo, pero lo hará de todas formas.
Se dirige con paso torpe hacia la ventana, como un cachorro aprendiendo a caminar, y se agarra a la cortina estampada de flores, para poder divisar el desalentador paisaje.
No hay absolutamente ninguna casa en kilómetros a la redonda, y no se ve más que hojarasca revoloteando fuertemente, acompañada de silbidos crueles del viento mezclado con la lluvia.
Silbidos crueles que llegan al alma.
Una lágrima le cae por la arrugada mejilla, a la que le siguen otras, al principio distantes, y luego cada vez más asiduas.
Hacía años que no lloraba.
Llora por la soledad, por la vida que no es vida, por haberlo hecho todo mal.
Llora por esa señal de redención que pidió a un Dios que ya no le quiere escuchar, llora porque le duele algo muy adentro, demasiado constante, durante demasiado tiempo.
El hombre del tiempo ha dicho que no hay ninguna posibilidad de que escampe en las próximas doce horas, absolutamente ninguna. Que nadie salga de sus casas, que se queden calentitos, con sus familiares.
Calentitos, con sus familiares.
Mira al suelo, y de nuevo emprende esa travesía de apenas unos pasos, para llegar de nuevo junto a la cama.
Se sienta en ella, con sumo cuidado, y deja la vista perdida.
No hay terror más grande que el cansancio. No hay agonía más insoportable que la de sentir ese hastío continuo, esa sensación de que quieres llegar ya a la meta, no importa lo que aún te quede en el camino. Simplemente, no te interesa.
Se tiende en la cama, entre leves quejidos, y se queda bocarriba.
Algo le va haciendo cada vez los párpados más pesados, y no sabe si es sueño, o es algo más profundo. Más ilimitado.
Pero no le importa. Sus ojos quieren cerrarse, y él no piensa impedirlo.
Hacía años que no dormía.
El viento amaina poco a poco, el silbido cruel cada vez lo es menos, y la hojarasca vuelve muy lentamente a reposar en el suelo, allá detrás de la ventana.
La lluvia cesa de repente, y es que hasta a ella, tan cruel e inflexible, le ha llegado a conmover.
El hombre del tiempo dijo que era totalmente imposible que parara de llover en doce horas, y ahora no hay rastro de lluvia, ni de viento.
Sólo hay redención.
Una redención brindada por un Dios que nunca lo dejó de escuchar, por un cielo que ahora no protesta, tan sólo llora su pérdida. La pérdida de un simple ser humano más, errante y torpe, que se equivocó demasiadas veces, durante demasiado tiempo.
Él no verá que su redención ha sido concedida, no verá que no llueve, no verá que las gotas ya no lo amenazan.
Él no volverá a despertar de esa solitaria cama, en un motel apartado de toda civilización, pero no le importará.
Hacía años que no vivía.
La noche es más oscura, y el viento mece un luto que nadie sabrá jamás.
El cielo está triste, y el mundo llora la pérdida de una buena persona.
Cada vez quedan menos, y cada vez están más escondidos.
No era un mal hombre, nunca lo fue.
Simplemente, no supo hacerlo mejor.

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