Las
gotas de lluvia golpean ferozmente contra el cristal de la ventana,
en forma de amenaza. No es de esas ocasiones en la que la lluvia es
plácida, como una suave sinfonía, una orquesta donde todo suena a
la perfección.
Esta
vez caen como si fueran pequeñas bombas venidas directamente del
cielo, sin que su intención sea otra que quebrar el cristal e
inundar la habitación.
Tal
vez sea una gota por cada persona que dañó, una gota por cada dolor
que causó.
Está
sentado a los pies de la cama, con los codos sobre las rodillas, y
las escuálidas y huesudas manos entrelazadas. La gabardina grisácea
y vieja tiene un color aún más oscuro, casi negro, tras haberle
caído toda la lluvia encima, y de vez en cuando incluso le siguen
cayendo gotas de su gran bigote canoso.
Respira
agitadamente, aunque de eso él no se da cuenta.
Él
solamente escucha la lluvia amenazarle, en esta fría y cutre
habitación de motel de carretera, y sabe que para él ya no hay
redención.
La
pidió, Dios sabe que la pidió... pero, cualquiera que la oyera, si
es que alguien lo hizo, la obvió completamente.
Demasiado
daño causado durante demasiado tiempo como para que todo sea
perdonado de repente, ha terminado por pensar.
Medio
siglo de vida intentando hacerlo bien y cada vez haciéndolo peor,
viéndose envuelto en situaciones en las que nunca supo cómo acabó
exactamente, pero desde luego, ninguna inmerecida.
El
día que deba ponerse delante del Altísimo, simplemente, lo mirará
a los ojos, y le dirá, con toda la sinceridad que cabe en su alma,
que no supo hacerlo mejor. Cuando no hay más que un camino posible
para respirar, para comer, para vivir, simplemente te dispones a
seguir recorriéndolo cueste lo que cueste, sin pararte a pensar que
no es el mejor, o el más seguro. Sólo caminas, porque sabes muy
bien que hay gente detrás que, en cuanto te vea dubitativo, te va a
dar un empujón para adelantarte.
Suspira,
y esta vez sí se da cuenta de ello.
Hacía
años que no suspiraba.
Si
alguna vez tuvo un atisbo de vida normal, hace tanto de ello que ya
ni recuerda si de verdad fue así, o simplemente lo ha imaginado
tantas veces, su cerebro, sus venas y su alma han pasado por tanto,
que ya confunde realidad con ficción.
Tal
vez sí, tal vez, después de todo, hubo un día alguien al que le
preocupó su vida, alguien que intentó darle algo mejor. Lo que más
se condena es no poder recordarlo siquiera, pero, si así fuera,
ahora, desde esta solitaria y húmeda habitación, le agradece con lo
poco que le queda de alma su dedicación y empeño.
Le
gusta pensar que no es una mala persona. Y no, no lo hace por
sentirse mejor, ni por ser victimista, ni por eludir
responsabilidades.
Sabe
que la inmensa mayoría de cosas que le han ocurrido en su vida son
merecidas, tal vez involuntariamente, pero merecidas, pero eso no le
quita para pensar que no es malo. Quizás se ha equivocado muchísimas
más veces de lo que se le puede permitir a un ser humano, y, si así
fuese, su penitencia lleva pagando y seguirá haciéndolo el resto de
su vida.
No
supo hacerlo mejor.
Apoya
la palma de las manos en sus rodillas para ayudarse a levantar con
tremendo esfuerzo, sintiendo cómo le tiembla hasta el más mínimo
músculo de su diminuto y maltratado cuerpo, pero lo hará de todas
formas.
Se
dirige con paso torpe hacia la ventana, como un cachorro aprendiendo
a caminar, y se agarra a la cortina estampada de flores, para poder
divisar el desalentador paisaje.
No
hay absolutamente ninguna casa en kilómetros a la redonda, y no se
ve más que hojarasca revoloteando fuertemente, acompañada de
silbidos crueles del viento mezclado con la lluvia.
Silbidos
crueles que llegan al alma.
Una
lágrima le cae por la arrugada mejilla, a la que le siguen otras, al
principio distantes, y luego cada vez más asiduas.
Hacía
años que no lloraba.
Llora
por la soledad, por la vida que no es vida, por haberlo hecho todo
mal.
Llora
por esa señal de redención que pidió a un Dios que ya no le quiere
escuchar, llora porque le duele algo muy adentro, demasiado
constante, durante demasiado tiempo.
El
hombre del tiempo ha dicho que no hay ninguna posibilidad de que
escampe en las próximas doce horas, absolutamente ninguna. Que nadie
salga de sus casas, que se queden calentitos, con sus familiares.
Calentitos,
con sus familiares.
Mira
al suelo, y de nuevo emprende esa travesía de apenas unos pasos,
para llegar de nuevo junto a la cama.
Se
sienta en ella, con sumo cuidado, y deja la vista perdida.
No
hay terror más grande que el cansancio. No hay agonía más
insoportable que la de sentir ese hastío continuo, esa sensación de
que quieres llegar ya a la meta, no importa lo que aún te quede en
el camino. Simplemente, no te interesa.
Se
tiende en la cama, entre leves quejidos, y se queda bocarriba.
Algo
le va haciendo cada vez los párpados más pesados, y no sabe si es
sueño, o es algo más profundo. Más ilimitado.
Pero
no le importa. Sus ojos quieren cerrarse, y él no piensa impedirlo.
Hacía
años que no dormía.
El
viento amaina poco a poco, el silbido cruel cada vez lo es menos, y
la hojarasca vuelve muy lentamente a reposar en el suelo, allá
detrás de la ventana.
La
lluvia cesa de repente, y es que hasta a ella, tan cruel e
inflexible, le ha llegado a conmover.
El
hombre del tiempo dijo que era totalmente imposible que parara de
llover en doce horas, y ahora no hay rastro de lluvia, ni de viento.
Sólo
hay redención.
Una
redención brindada por un Dios que nunca lo dejó de escuchar, por
un cielo que ahora no protesta, tan sólo llora su pérdida. La
pérdida de un simple ser humano más, errante y torpe, que se
equivocó demasiadas veces, durante demasiado tiempo.
Él
no verá que su redención ha sido concedida, no verá que no llueve,
no verá que las gotas ya no lo amenazan.
Él
no volverá a despertar de esa solitaria cama, en un motel apartado
de toda civilización, pero no le importará.
Hacía
años que no vivía.
La
noche es más oscura, y el viento mece un luto que nadie sabrá
jamás.
El
cielo está triste, y el mundo llora la pérdida de una buena
persona.
Cada
vez quedan menos, y cada vez están más escondidos.
No
era un mal hombre, nunca lo fue.
Simplemente,
no supo hacerlo mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario