"Que tus ojos me sigan matando, aunque sé que tal vez sepa amargo,
que mi vaso vacío se vuelva a llenar, del licor que derraman tus labios"
Aitor, Ángel y Fernando. "CIRCO POP."
Déjame
que alce mi copa, y no se me olvide brindar por ello.
Déjame
que te mire, mientras toda la sala lo hace, y yo me sienta aún más
orgulloso de ese día que, sin un por qué demasiado concreto,
empezamos a hablar. Aquella ocasión en que nuestras miradas se
cruzaron, y, tal vez, todo lo vivido hasta ese momento se evaporó,
diferenciando, por fin, entre la verdad, y todo lo anterior, tan de
cascarilla.
Déjame
sentir la envidia de todos, porque soy yo el que te tengo, y nadie
más.
Déjame
que te mire a los ojos, con esa sombra oscura que los hace aún más
intensos, y, cuando a tus labios les dé por estirarse levemente,
mostrando una sonrisa tímida, como de niña quinceañera que aún no
sabe lo maravillosamente guapa que es, vuelva a sentir dentro de mí
toda esta grandiosidad.
Que
eres eso que veo en ese momento, y nada más. Esa inmensidad,
contenida en un frasco de metro setenta.
Déjame
que roce tu mano, con esa tez morena, y las uñas pintadas de rosa, y
la apriete como llevo apretándola desde que consiguió salvarme de
aquel precipicio, y aún no me ha soltado.
Te
miro, sonríes, y sé que no, que jamás lo hará.
Que
la gente se levante y aplauda, que nos miren y nos admiren, que
piensen que somos la pareja perfecta, con toda una vida por delante y
un mundo a sus pies. Que contemplen tu belleza y digan lo afortunado
que soy, porque no les faltará ni un gramo de razón.
Y
entonces aparece esa sonrisa de la que antes hablaba, y yo vuelvo a
enamorarme un poco más.
Ahora
vendrás, con ese aire cohibido, y apoyarás tu mejilla en mi hombro,
para “taparte” de tantas miradas, de tanta admiración; y yo te
abrazaré, mientras sonrío con ternura, y se me olvidará todo lo
demás.
Tal
vez haya un momento para cerrar los ojos con fuerza, para tragar
saliva sólo una vez, conteniendo tantísimo dolor; pero lograré
acallarlo, escondérmelo con maestría. Créeme, no es la primera
vez.
Ambos
sabemos que no es la primera.
Yo
no preguntaré dónde estabas, y tú no tendrás que responder.
Yo
olvidaré esas otras caras, esos otros gestos.
Olvidaré
quién o quiénes, desde o hasta cuando, por qué.
Lo
olvidaré porque a mí se me da muy bien encontrar la verdad y a ti
fatal mentir, olvidaré porque, tal vez, en una de estas te dé por
darte cuenta de que ya está bien, de que no es necesario seguir
buscando algo que no vas a encontrar, que caigas en la cuenta de que,
lo que intentas conseguir, no es otra cosa que lo que tienes aquí.
Que te digas a ti misma que ya basta, que retornas para quedarte
definitivamente... que, esa vez, habrá sido la última.
Pero
lo olvidaré sobre todo porque tal vez en una de estas no consigas
una excusa medianamente a la altura y, arrinconada, te dé por decir
la verdad. Entonces desaparecería tu sonrisa tímida, tus ojos
encogiéndose de esa forma tan preciosa cuando lo haces, y tu rostro
se transformaría en agobio, temor, tal vez llanto.
Y
por Dios que no quiero eso.
Yo
quiero verte así, feliz, radiante.
Yo
quiero que sigan aplaudiendo por toda la eternidad, ver esas caras
satisfechas y orgullosas, esas miradas puestas en nosotros, con
envidia sana y orgullo.
Lo
demás quedará todo olvidado.
Que
a mí se me da muy bien disimular, y a ti aún mejor callar.
Sé
que me quieres. De eso no tengo ni la más mínima duda.
Que
resuenen las campanas, que el gentío llore de emoción, que las
niñas sueñen con ser tú, y que todos los hombres del lugar quieran
ser yo.
Pero
no lo serán. Sólo existimos nosotros, y somos la pareja perfecta.
Te
acercas, y puedo llegar a olerte.
Tu
sonrisa tímida, tu aire cohibido.
Te
quiero. Tanto, tanto, que he logrado olvidar que no puedo olvidarlo.
Déjame
que alce mi copa, y no se me olvide brindar por ello.
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