Me
desperté, recuerdo que me desperté. Era de noche, lo sigue siendo,
y hacía frío, lo sigue haciendo.
Estaba
solo, aunque hace mucho tiempo que eso no es ninguna novedad.
Corrí,
sólo recuerdo que corrí, hasta llegar aquí, y no sé la razón.
Tal vez no la haya. A la mitad de la nada, a lo alto de una cima, que
quizás ya sea algo después de estar tan acostumbrado a ir de lodo
en lodo. A mirar a la Luna, y a que ella me mire a los ojos. A saber
cuánto tiempo he perdido, he malgastado, y que siempre tuve yo la
culpa. A vomitar cada una de mis espinas, y a recordar que hubo un
día en que no me equivocaba, o al menos no tanto. Un día en el que
tú estabas a mi lado, y hasta me sentía mejor persona.
Ahora
lo entiendo todo.
No era
cuestión de personalidades, ni de imposibles. Siempre fue culpa mía.
Siempre
fue la jodida necesidad de tener que cagarla una vez tras otra,
siempre fue verte llorar y ser tan imbécil de quedarme petrificado
en vez de actuar. Me dolía, si te sirve de consuelo, me dolía.
Ahora ni siquiera puede calificarse como dolor. Ahora es una agonía,
ahora es una hoja de afeitar ahondando en mi garganta un poco más en
cada pasada. Cada una de las lágrimas que derramaste por mi culpa
como cien años de penitencia, cada noche que te dormiste cansada de
sufrir como un siglo más en el purgatorio.
Sí,
quizás esté en el purgatorio, después de todo. Quizás estos
árboles secos y oscuros que veo a mi alrededor no sean más que la
metáfora de todo lo que me envuelve, quizás este silencio
simplemente sea para oír tus gritos aún más fuertes, hasta que el
oído me sangre.
Siento
como la Luna se refleja en mis pupilas temblorosas, y sé que sabe lo
que siento, como sé que ya es tarde para todo. Es tarde hasta para
decir que es tarde. Caigo de rodillas, fulminado, y mis manos golpean
mis muslos al caer en peso muerto, como si tuviera las muñecas
esposadas.
Quizás
siempre las he tenido.
Siempre
fue culpa mía. Y por más que tú lo intentabas una y otra vez, nada
se solucionaba. Ahora entiendo por qué. Tú siempre dejaste que yo
solo encontrara el camino, tú siempre confiaste en que volviera por
mí mismo al sendero correcto. Nunca supe cómo hacerlo. Quizás ese
fue tu único error, empeñarte en ver en mí algo que nunca fui,
creer que poseía algo dentro que nunca llegué a tener ni por asomo.
Lo
siento. Lo siento de verdad. Por cada segundo que perdiste conmigo,
por cada vez que confiaste en mí, y yo te defraudé.
No era
por voluntad... era por naturaleza.
Levanto
la vista de nuevo hacia esa Luna que cada vez brilla más, y me
obligo a tener la cabeza alta, al menos por una vez en mi vida. Me
parece ver unos ojos, unos ojos que me recuerdan a un pasado donde,
por un tiempo, incluso fui alguien. Esos ojos sonríen, y ya no
escucho tus gritos, sino tus risas.
Ahora
la soledad no agobia, sino acompaña.
Sonrío,
un poco desubicado, y sé que, al menos, no te he fallado por una
vez.
Que
sabes de este dolor, de mi inflexible sentimiento de culpa, de mis
ganas de devolvértelo.
Que,
aunque nunca ponga fin a mi penitencia, al menos puedo probar a salir
del purgatorio. Quien sabe, igual a partir de mañana puedo empezar a
arreglar todo ese dolor que te causé haciendo feliz a otros ojos,
quizás pueda darles todo lo que tú me enseñaste y yo nunca supe
aprender... incluso puede que sean los tuyos, que te encuentre a la
vuelta de cualquier esquina, detrás de cualquier purgatorio.
Seas
tú, o sea otro ser, esta vez aprenderé, porque logré hacerte bien,
aunque haya sido por última vez.
Porque
tú siempre me quedaste grande, pero yo puedo aprender a intentar
volar a tu altura.
Porque
los árboles oscuros y secos comienzan a florecer, porque la noche
eterna se acaba y el cielo empieza a clarear, porque me escuecen las
muñecas, tras quitarme las esposas.
Porque
se abren las puertas del purgatorio, y tal vez, después de todo, me
sigas esperando fuera.
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